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16 de febrero de 2025

EL ARREPENTIMIENTO NO TIENE LÍMITES


“La única esperanza de salvación de los engaños y herejías, de las innovaciones y de las trampas de los malvados y del diablo es la oración, el arrepentimiento y la humildad”.
Elder José el Hesicasta

“Dios nos envía pruebas inesperadas para enseñarnos a practicar la vida ascética y nos conducen al arrepentimiento incluso cuando somos reacios a ello”
San Marcos el Asceta

“Los ministros de la gracia de Dios, por el Espíritu Santo, han hablado del arrepentimiento”.
San Clemente de Roma

“Busca el arrepentimiento todo el tiempo y no te dejes llevar por la pereza ni un solo momento”.
San Antonio el Grande

Mario Felipe Daza Pérez

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El problema del ser humano, no es la cantidad de pecados que cometa, porque de un acto divino pueden ser perdonados todos ellos, sea cuales fueren, la gravedad se centra en el no querernos arrepentirnos, aunque digamos que no lo volvemos hacer, lo que debemos aprender en toda medida es estar en permanente conversión de “hombres arrepentidos”, sumado al uso de la “confesión frecuente”, en vía de la toma de la comunión que es vida misma, adjunto al hesicasmo, en velo de una contrición perfecta, para luego no caer en desesperación, por ejemplo, como cuando luchamos contra la impureza, está no solo se hace desde el cuerpo sino también en el alma, pero para ello es importante el “arrepentirnos”, en compañía de la oración incesante, el lloriqueo santo, la lectura santa, las postraciones, etc de todo lo que tenga que ver con el aspecto central dentro de la transformación popularmente conocido como “metanoia” o “cambio de mentalidad” en “estado permanente”.

Podemos aprovechar todas las “cuaresmas” de nuestras vida, si se quiere desde esta que viene para arrepentirnos nuevamente por todo, no solo haciendo ayunos, mortificaciones, aumentando la devoción hacia lo espiritual, sino tratando de curar pasiones de todo tipo, lloremos, lavemos nuestras culpas, con coraje, confesémonos humildemente, aceptemos los sufrimientos como reparación, de los malos actos de nuestras vidas, las palabras, los pensamientos, maledicencias, juzgamientos injustos e impurezas cometidas, ya decía Juan Crisóstomo: “El pecado es una herida; el arrepentimiento es una medicina” y esta última trae valentía, magnanimidad para el estado almático del cual es concedido la gloria a través del dolor, de la cruz, esto es, por medio de las pruebas, volviéndose a Dios en una actitud activa y positiva hacia el cambio que se consigue con la ascesis, el esfuerzo y el combate que se da gradualmente en camino a la gracia.

Si uno se arrepiente frecuentemente, tal cual como se utiliza el sacramento de la confesión a menudo (ya que es una indulgencia de indulgencia), estamos por seguro que los demonios no tendrán cabida sobre en nuestro ser, al volvernos violentos contra nosotros mismos, con el ascetismo se expulsa como vinagre cualquier suciedad de la plata, por sus oraciones, lágrimas, conversiones, obras, etc, se consigue un valor alto de magnanimidad en la lucha en el combate espiritual que hace difícil a los espíritus malignos prevalecer, y esto lo hace precisamente la humildad de los actos, como de los pensamientos, de lo que se consigue más adelante como las virtudes, de nada sirve ser el jefe, gobernante, líder, si tu alma se condenará, por tanto, las asechanzas del maligno resultan beneficiosos si y sólo si resulta positivo para nuestra humillación, ya dice San Macario, “Ante Él es más agradable un pecador con arrepentimiento que un justo con orgullo”.

Por lo general, los cristianos de tradición, vemos las cosas blanco y negro, aunque las leyes divinas se miden a rajatabla muchas veces, existe casos de cierta flexibilidad no al pecado, no al demonio, tampoco a ser parte de un bando, sino en cuento a la debilidad humana, que conforma las faltas cometidas, que se corrigen a través del “arrepentimiento sin límites”, como dice San Efraín el Sirio, “El arrepentimiento es la escalera que nos levanta del lugar donde hemos caído”, una cosa es caer, y otra levantarse, y esta última es la que hace agradable al Señor, si una persona desfallece espiritualmente pero sigue intentando, esto es humildad, y por amor a Dios la misericordia llegará, por tanto, es crecimiento, justicia que no se pierde con el tiempo, sino que se va acumulando, ya decía San Silouan el Athonita: “El hombre continuamente debe arrepentirse en todo tiempo, hasta la muerte”.

Dice San Agustín en el Sermón 19.2:

“Pues ¿qué es el arrepentimiento, sino la ira contra uno mismo? El que se arrepiente se aíran contra sí mismo. En efecto, salvo el caso de que sea ficticio, ¿de dónde proceden los golpes de pecho? ¿Por qué te hieres si no estás arrepentido? Así, pues, cuando golpeas tu pecho, te aíras con tu corazón para satisfacer a tu Señor. De ese modo puede entenderse también lo que está escrito: Airaos y no pequéis. Aírate por haber pecado y, dado que te castigas a ti mismo, no peques más. Despierta tu corazón con el arrepentimiento, y ello será un sacrificio a Dios”.

Las batallas espirituales se ganan con cicatrices, lágrimas, llantos, heridas, etc grandes o pequeñas, en este caso el arrepentimiento real, lleva a ganar esas luchas, porque se nutre de la pegatina de la humildad, que es una obra del combate contra las pasiones, un muro con que se edifica en el cemento de las experiencias santas, del cual se va haciendo más fuerte, y esto es importante saberlo no solo con quien luchamos, sino que y como lo hacemos, en nuestros actos, sino también en nuestras mentes y el corazón, desde el alma y la carne, en simbiosis, para llegar a tener una curación de vida en Cristo Jesús, como requisito sine qua non de la salvación, conservado dentro de la ilimitada forma de arrepentirnos que no tiene límites, en el curso a la perfección (perfectibilidad) del cual se ciñe mientras vivamos, en el tiempo y espacio hasta el último segundo de nuestras vidas.

No importa que tan impuros seamos, si nos arrepentimos con sinceridad llegamos a la salvación, lo que se trata es cambiar el amor carnal por el amor espiritual de la Trinidad Santísima, por ello que sea bueno tener atención en el recuerdo de las faltas pasadas, o presentes, para no cometerlas más, el que busca este estado se deifica (theosis), lo mismo el que lo haga con el hermano, ven ambos la gracia de Dios, por esto que sea necesario la humildad para que pueda llegar, si no, nos engañamos a nosotros mismos, así hayamos confesados los pecados. El corazón contrito es el que trasciende, el que eleva el hombre, por tanto es un “don”, esto hasta que sea eliminados por completo, consiguiendo la impasibilidad (apatheia), sintiendo aflicción por los vicios, dolor, sufrimiento por estos defectos: forja el carácter del santo, y la gracia del Espíritu Santo, ya decía San Tikhon de Zadonsk: “Los pecadores que se arrepienten todavía son salvos; tanto los publicanos como los fornicarios limpiados por el arrepentimiento entran en el Reino de los Cielos”.

El problema de la Iglesia moderna (sinodal) es la llamada “teología de la prosperidad” que no se centra ya en el arrepentimiento sino en el realizamiento de los objetivos personales, que le llaman “éxitos”, que por lo general son “egocéntricos”, eufemísticamente, “propios” donde el mensaje del perdón, del sufrimiento, del cargue de la cruz, queda en un segundo plano o de nula presencia en la vida del cristiano. El alma crece pero en la lucha, en la adversidad, en las tribulaciones en la prueba que soporta, no en la zona de comodidad, en la pereza, la acedia, lo que necesita el justo/piadoso para que sea santo es que pelee, con un espíritu de arrepentimiento, contrición, penitencia, reparación, oración, en una vida sacramentada, por esto es que el “arrepentirse no tiene límites” y se extiende para todo el tiempo mientras vivas, a la final, lo que verdaderamente Dios tiene en cuenta es lo que se aloja en el corazón, de cómo obramos según nuestras acciones.

En los dichos de los Padres del Desierto sobre el Abba Sisoe se cuenta, sobre la “humildad perfecta” y el “arrepentimiento sin fin o “sin límites”, lo siguiente:

“Los discípulos, reunidos a su alrededor, vieron de pronto que el rostro de su anciano brillaba como el sol. ¡Mirad, nuestro Padre ha sido arrebatado en el espíritu!, Decían: Padre, ¡ya no tienes necesidad de arrepentirte. Entonces, Abba Sisoe, con una humildad les dio su última y más profunda enseñanza: En verdad, no sé si he comenzado siquiera a arrepentirme. En ese momento, la celda se llenó de luz increada y Sisoe, transfigurado”.

Hermanos, el que tiene verdadero arrepentimiento, lleva en la actitud de contrición la humildad del acto de reproche por lo que ha hecho, vergüenza santa, y cuenta sus faltas no por orgullo sino para que no se cometan más, y nadie caiga porque puede que mañana no lo tenga, debemos los pecadores violentarnos todo tiempo, esto hace que la gracia del Espíritu Santo habite en él o no, no lo sabemos, por esto, practiquemos la búsqueda del desapasionamiento, para que el dolor, se vuelva más sabio para los justos, y que con el lloriqueo obtengamos la tristeza santa. Esforcémonos por cambiar las cosas del mundo por la de Dios, para nuestra salvación y al de otros (véase Isaías 30:15), el esfuerzo es el camino proporcional que nos aloja en el perdón, pero no solo esto, sino también a la misericordia de Dios que es desmedida, en últimas, son los frutos los que nos dirán si estamos arrepentidos o no (véase Mateo 3:8) y además si fueran aceptadas, que en todo caso de concederse debe ser visto siempre como abandono del pecado y no solamente como un deber "penitenciario" sino una acción alegre y positiva en el celo de un hombre nuevo.

Por último, puede que a muchos en la vida nos hayan servido no conocer las causas de los pecados al menos no al principio o más tarde, pero parece que otros no lo quieren conocerlo para hacernos los bobos, y no arrepentirse, precisamente para no volverlos a cometer se debe salir de la ignorancia, por ejemplo, muchísimos no sabemos cómo funciona la gula pero creemos que está bien no saber, para no caer en ese vicio, pero cometemos un grave problema, que viene del corazón para el juicio de Dios, que ahora ahonda tu alma al pensar que no sabías y esto es fatal, por tanto, el reconocer una falta, así sea conociéndolo y yendo contra su voluntad, y así caigas, cuando te arrepientes de ello, te levantes, y vas creciendo, y esto sí que es una construcción espiritual que te eleva en la ascensión en la escalera divina, que haces para volverte humilde que es lo que realmente te cambia y te salva, lo contrario te lleva al orgullo, como a la desobediencia igual que a Satanás, como dice San Ambrosio de Milán, “El verdadero arrepentimiento es dejar de pecar”.

2 comentarios:

  1. El arrepentido, llega a ser un buen discípulo del conocimiento de Dios y una de sus características es comenzar a amar la obediencia.

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  2. Muchas gracias hermano. Serviam Deus!!

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