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26 de enero de 2025

LA LUCHA CONTRA LA IMPUREZA


"Guárdate, hijo, de toda impureza"
Tobías 4:12

"El trabajo corporal y la meditación en las Escrituras salvaguardan la pureza"
San Isaac el sirio

Mario Felipe Daza Pérez

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En el cuerpo es claro que existe inclinaciones hacia lo carnal (concupiscencia), la cual no es malo en sí, pero de igual forma puede perjudicarnos sus movimientos y potencias hacia actos desordenados, lo que debemos entonces es dominarlos hasta ser sometidos si se trabaja en su ejercicio ascético conforme a la conducta. Esto no quiere decir que porque vengan con nosotros de fábrica ciertos defectos no quiere decir que no puedan ser ordenados, por ejemplo, es claro que necesitamos comer, beber, pero su exceso es lo que lleva la locura, ya sea llenura, o bien embriaguez, y estos llevan de por si a otros vicios, entre ellos, el primero de todos como lo es la “gula”, con la entrada a diferentes modos, del cual trabajan conjuntamente como lo es la lujuria, la codicia (raíz de todos los males dice San Pablo) por tanto, los primeros mientras se mantengan son sanos, pero los segundo no, que vienen de la glotonería o abundancia, lo que incita al maligno atormentarnos con sus insidias. Los movimientos tanto los carnales como los espirituales en todo caso deben ser discernidos, moderados, atemperados, vigilados en la sobriedad almática.

Muchos, sino todos, de los actos pecaminosos se engendran primero del corazón, luego llegan a los pensamientos [mente] son entonces este segundo eslabón el tamiz para consentir o no un deseo, por tanto, yerra el que piensa que el que no lo materializa está salvo, y no es así, la lucha se presenta ex ante desde la psyche, por ello que se debe conocer las causas del pecado de impureza, como la de los demás. Y este es uno de los grandes problemas que afrontan los dichosos psicólogos modernos y los psiquiatras a través de sus medicinas placebos, que no conocen la situación desde su origen adámico, esto, se debe más que todo a su racionalismo burdo, como al ateísmo imperante en la sociedad, por tanto, desconocen la base antropológica del hombre, por lo que se hace difícil de este modo tratar enfermedades no solo mentales, sino también almáticas (del cual niegan muchas veces). Aun conociéndola le da un tratamiento que no es el correcto distinto al que ha distinguido la patrística y la ciencia de los santos, jurisprudencia generada por los mayores expertos en psicoterapia que han existido en la historia de la humanidad como lo han sido los monjes.

Para el Señor si bien la impureza carnal (pero puede haber otro tipo de impureza) no es el pecado más grave, si lo es en cantidad, el que causa más histeria hoy en día en nuestros siglos, en ella se ve en el reflejo de la suciedad, por ello que debemos purificarnos frecuentemente de la putrefacción, y reparar, sobre todo con el sacramento de la confesión como indulgencia misma llevado con su debida penitencia, de allí que debamos luchar como soldados, luego si como atletas rigurosos, para conseguir la victoria, siempre y cuando Dios quiere la impasibilidad de las pasiones. Para esto debemos tener claro que nosotros mismos no podemos salir de estos vicios, porque se trata de fuerzas externas, y no tan solo interna (input), son la vida consagrada y los sacramentos, entre ellos de la confesión y la comunión, y luego por supuesto de la oración incesante (hesyquia), y sus mortificaciones, como reparación para su purificación de lo que es la mente, cuerpo y alma, esto es del intelecto (nous) donde se consigue el mayor combate contra los agentes del mal.

Téngase claro amigo tradicionalista/ortodoxo que aunque no peques materialmente en la carne viva, puede que lo hagas mentalmente y no te des cuenta, o si lo sabes, no creas que este mal, y esto es fatal sobre todo cuando se trata de la impureza, la virginidad no se trata solo del cuerpo sino también del alma, por ello que se hable entonces de la fornicación espiritual que es peor que la primera, ya que en todo caso no se ve, y es más grave, como cuando hablamos mal de alguien o lo juzgamos con insidia, de mala fe, por esto es que nos toca guardar el corazón, para no caer en estos vicios (pecados de lengua), de allí que sea importante descubrir nuestros pensamientos a nuestros guías espirituales/confesores para que cesen los ataques, y también nos sirve como discernimiento para poder defendernos, un motivo ferviente dentro de la perseverancia o la disciplina espiritual basado en el amor, la caridad para con Dios.

Muchas veces se cree que el no sufrir tentaciones, vejaciones, obsesiones sexuales se trata de una conquista, cuando es totalmente contrario, muchos santos, que lograron la impasibilidad pidieron a Dios, que les quitara esa apatheia, precisamente para seguir luchando, y seguir teniendo una corona más grande en su reino, por tanto, combatir es de hombres virtuosos, no el no sentir nada, cuando no pase, debe preocuparte, porque algo estás haciendo mal, has salido del ring, amigo/a. Hermanos, muchas veces juzgamos a otros porque el otro pelea hasta la muerte con la sensación del placer carnal, cuando el otro no, y esto es precisamente lo que llamamos impureza espiritual, una fornicación que es invisible y que se viste de soberbia, un vicio acaba alma, mata espíritu, del cual Dios condena invisiblemente y aleja el Espíritu Santo ipsofactamente. Es tan así, que él está achacado al maligno no le da ganas de pelear, porque se vuelve un pusilánime, un pésimo contrincante, por ello que el Señor tampoco nos da la fuerza necesaria para someterlo porque no te has dado al compromiso de vencerlo, normalmente por nuestra negligencia/olvido.

La oración (piénsese en la salmodia), la vida consagrada, la penitencia son medios para la lucha, que pocos entienden pero que son necesarios para ganar, de nada sirve, comer en abundancia e ir misa, cuando estás luchando contra la fornicación, es como tener gasolina en tu cuerpo, y le cerilla a punto de encender, estas lleno pero para caer, y eso así no sirve, de hecho juegas con candela, y no te haces digno rival del maligno, analiza que en todas las peleas que te asigne el Señor debe ser destinada para que lo derrotes y vayas así sumando éxitos, logros, coronas, dentro de tu salvación en el grado de santidad que vayas obteniendo con el tiempo, indistintamente de que caigas, eso no quita lo ganado. De hecho, la Santísima Trinidad te permite caer en algunas ocasiones, para que te vuelvas a levantar más fuerte, en otros casos para que no caigas en pecados peores como la soberbia o la fornicación espiritual, los Padres del Desierto dicen que quienes no tienen pensamientos impuros, no hay en ellos esperanza de salvación, y si no los tienes es porque lo más seguro es que ya sean conscientes en tu nous o ya los cometes materialmente y por eso te dejan en paz.

Quien no se opone, ya sea i) renunciando, ii) rechazando o iii) reprendiendo los pensamientos impuros peca con el cuerpo tarde o temprano, pero primero se integra por supuesto a la mente [pensamientos] consintiéndolos, es claro que quien está bañado en la lujuria los demonios no lo molestan porque ya los cometes no tienen necesidad alguna de hacerlo, es por eso que nuestra alma, sobre todo lo que somos acometidos por este mal, debemos estar preparados como bomberos cuando nos acecha el fuego para dar la batalla dura y pura, porque a veces no sabemos cuándo llega, ni cuándo se va, a pesar de no buscarlo y en otras estando en ocasiones de pecados, restringimos lo más que podamos nuestros sentidos, como la lengua, los oídos, el tacto, mayormente la mirada, para no vestirnos de una vanagloria, apetito libidinosos, esto es, haciendo vigilias, trabajo riguroso, quitando el ocio de su vida, minimizándolos y actuando con oración/penitencia humilde/pura, por ello que debamos pedir mucho el don de la fortaleza, no para que no los quite de encima (a menos que sea su voluntad) sino para guerrear. A veces llega por días/semanas/meses, hasta años, es allí donde debe uno fortalecerse, antes que caer, defenderse con la gracia o con la invocación del Santo Nombre de Jesús/rosario, y demás armas entregadas desde arriba.

“No cedas al Diablo y no ceses en tu lucha” dicen normalmente los Padres del Desierto en sus apotegmas, pues el soldado al ser constante en su ascesis, los demonios se alejan de su presa, y esto es un llamado a no tener miedo, a no ocultarnos de pensamiento ni de acto, en la defensa misma de la actuación ortodoxa, porque lo demás es trinchera para el maligno sobre todo cuando se trata de combate de impureza, en el que muchas veces puede durar mucho tiempo, de allí que tengamos recaídas, mortificaciones, y busquemos luego un desierto interno, y como atleta nos vamos vigorizando, en la firmeza, en el crecimiento, junto con la gracia de Dios. Rechacemos la podredumbre, si, somos combatientes, más no extirpadores de los pensamientos, por esto que debamos pelear hasta el final, quitando la pereza, la negligencia, el olvido, no bajemos la guardia, la vigilancia, y aunque nos hieran en ciertas ocasiones, al contrario, revistamos de la espada de la palabra y la coraza de la verdad con valentía, magnanimidad, con parresia.

i ) Desapego, ii) desierto interior y iii) hesiquia engendran pureza, pero creemos en todo caso que la confesión frecuente, es el mayor sacramento para limpiar nuestro cuerpo y alma, y por tanto nuestro intelecto (nous) que es lo que conocemos como metanoia, que es la verdad conversión misma, el nous que está en el corazón son los ojos del alma del cual llevan a la theosis. El cerebro tan solo percibe los sentidos y los traduce, por esto es que la vida espiritual debe estar de la mano de esa codificación material de la mano con la vida mistérica (sacramental), ascética, y hesicasta, de acuerdo al ejercicio de las virtudes, con tal de conseguir la gracia del Espíritu Santo y mantenerla. El atleta, como lo somos nosotros, intentaremos por todos los medios, caminos y vías, llegar a la verdad, para instruirnos hacia el camino de la economía de la salvación, para estar siempre imbuido en comunión con Dios.

Terminemos este articulo con una oración dedicada a San Rafael Arcángel y una jaculatoria (la repetimos mínimo tres veces) para que él nos ayude a limpiar y a sanar todo tipo de impureza de cuerpo y alma, sobre todo del intelecto (nous):

"Glorioso Arcángel San Rafael, jefe de los ángeles, vencedor de Asmodeo y de todos los demonios, asísteme en todas mis necesidades, guíame y protégeme, tal cual como socorriste al joven Tobías, y al amigo San Juan de Dios, dado que eres la medicina de Dios, te ruego humildemente que sanes mi cuerpo y alma e intelecto de toda impureza como de todos los males que me afligen, de este modo te pido una angelical pureza para ser morada del Espíritu Santo".

3x: ¡San Rafael Arcángel, medicina de Dios, sananos y protégenos!

19 de enero de 2025

LA LIMOSNA: QUIEN DA RECIBE GRACIAS


"La limosna libra de la muerte y purifica de todo pecado. Los limosneros tendrán larga vida"
Tobías 12:9

"Exudará tu limosna en tus manos hasta que sepas a quien la das"
Didaje, Capítulo 1.6

"No se deben derrochar de una vez las riquezas, sino administrarlas. Pues bien, la abundancia en la limosna raya en el derroche. Por tanto, la limosna no debe ser abundante".
San Ambrosio

"Da lo que no necesitas, para privarte de lo que sobra"
San Basilio el Grande

Mario Felipe Daza Pérez

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Muchas veces damos bienes, dinero, objetos a otros de cosas que no necesitamos que podemos llamar limosnas (eleemosynam), que en ciertas ocasiones lo determinamos como una connotación peyorativa, que es lo que verdaderamente nos hace falta más en nuestro sociedad, esto significa en el compartir mucho más de lo que ganemos, conforme al proyecto de realización de los más necesitados materialmente hablando pero también espiritualmente en la concepción de la instrucción visto como “recibimiento espiritual”, significado en salir de la ignorancia, que no necesariamente tiene que ver con ayudas que hacemos a otra personas, sino de los pobres en cualquier ámbito. Dice Santo Tomas de Aquino, "La limosna espiritual es de mayor valor que la corporal".

Cuando hagamos una limosna no solamente material sino también espiritual debe hacerse desde lo secreto, dice la palabra de Dios, que la mano derecha no sepa lo que hace la izquierda (véase, Mateo 6:3-4), esta justicia distributiva debe ser siempre proporcional a las ganancias de cada quien y según la condición o capacidad de la intelectualidad de cada uno, de lo que puedan proveer, no solo como hemos comentado de ropas, libros, distintos artículos, sino también de información en cuanto a la verdad revelada, consejos, instrucciones, necesariamente en el arte de dar y recibir limosna como lo es el de mendigar (un acto de humildad), ya que se trata de una obra de misericordia, que entra dentro de la virtud teologal de la caridad, por tanto, el limosnero, es un practicante de la piedad del cual permite un acoplamiento seguro al Reino de Dios.

Expresa San Atanasio de Alejandría, en “De las palabras espirituales de los Santos Padres”, Editorial de la Archidiócesis de Suceava y Rădăuților, Suceava, 2003, p. 129:

"¿Ves qué clase de interés tenemos de una fe sin buenas obras? Que también decía a las vírgenes: "¡No os conozco!". Entonces, ¿Qué ganaron con su virginidad con tanto trabajo agonizante, si el Maestro no quiere conocerlas? Y hay también en otros lugares de la Escritura muchos no condenados por la fe, pero atormentados por su vida de maldad. Pero aquellos que no guarden esos mandamientos, igualmente perecerán.

Que tampoco aquellas vírgenes entraron en la vida por fornicación, ni por borrachera, ni por envidia, ni por mala fe, sino sólo por falta de aceite, como las que no daban limosna. Que el óleo de la limosna significa aquello que limpia todo pecado y acerca al hombre a Dios. Que también habéis oído al mismo Señor decir a los despiadados: "Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno". Y no les recordó ningún otro pecado, sino sólo este les dijo: "Porque no disteis limosna, ni disteis de comer a mis hermanos, por eso no os conozco".

Cuando se traduce "limosna", se desintegra la palabra griega "eleemosynam", del cual el "eleos" es clemencia y piedad, del cual entra el hombre hacia lo divino, que es “dar por amor”, sin esperar recibir nada a cambio, aunque recibe no necesariamente es algo material de otro, pero si conforme a la gracias de Dios, más cuando lo haces a su nombre, seguramente de cuando lo pides también en virtud del Señor, aquí se refleja lo importante que es dar agua al sediento, comida al hambriento, ropa al descubierto, todo ello lo ve el ojo la Santísima Trinidad y lo escucha. Él escudriña nuestros corazones cuando lo hacemos, del cual tiene que ver en su conjunto con lo que llama San Benito como “instrumentos de las buenas obras” en su Santa Regla, siguiendo los fundamentos bíblicos de la misericordia, inclusive en la Patrística, como San Cipriano, San Clemente, del cual está asociado a varios libros de las Sagradas Escrituras, como Tobías, cuya relación está ceñida con la purificación y el perdón de nuestros pecados.

Dice San Agustín en su Sermón 206 que la i) limosna, siempre debe estar acompañada de ii) oración y iii) ayuno, para que sea mayormente potencializada, para que de esta manera sea mayormente útil y despierte además en nosotros un espíritu de celo (fervor) hacia Dios. Nuestra vida no tendría sentido si no nos humillamos, no frente a los demás (acto externo) sino para con la Santísima Trinidad (acto interno), es la humildad es por tanto el centro de la vida contemplativa (hesiquia) y sacramental. Expresamente en el Sermón 207 el Obispo de Hipona indica lo siguiente:

"Las tentaciones de esta vida, las asechanzas del diablo, la fatiga que causa el mundo, los placeres de la carne, el oleaje de estos tiempos tumultuosos y todo tipo de adversidad, corporal o espiritual, han de ser superados, contando con la ayuda misericordiosa de Dios nuestro Señor, mediante la limosna, el ayuno y la oración. Estas tres (3) cosas han de enfervorizar la vida entera del cristiano, sobre todo cuando se acerca la solemnidad de la Pascua. En efecto, limosna es un término griego que significa «misericordia». El ayuno, sin la misericordia, de nada sirve a quien lo practica. No se trata de detestar ninguna clase de alimentos para las personas, sino de refrenar el placer carnal. Esaú no fue reprobado por comer carne de toro o aves cebadas, sino por apetecer de forma inmoderada lentejas. El santo David se arrepintió de haber deseado el agua más de lo que era justo.

En estos días, nuestra oración se eleva al cielo con la ayuda de las piadosas limosnas y los parcos ayunos. No es, en efecto, ningún descaro que el hombre pida misericordia a Dios si él no la ha negado a otro hombre y si la serena mirada del corazón de quien pide no se encuentra impedida por las confusas imágenes de los deleites carnales. Sea, más bien, casta nuestra oración, no sea que deseemos no lo que busca la caridad, sino lo que ambiciona una apetencia desordenada; evitemos suplicar cualquier mal para nuestros enemigos, no sea que nos enseñemos en la oración con ellos, al no poder hacerles daño o vengarnos de ellos. Del mismo modo que nosotros alcanzamos la buena disposición para orar mediante la limosna y el ayuno, así también nuestra misma oración se convierte en limosnera cuando se eleva y se hace no sólo por los amigos, sino hasta por los enemigos, y se abstiene de la ira, del odio y de otros vicios perniciosos".

Los que quieran comenzar a ejercitar la caridad por medio de la piedad deben iniciar siempre con la limosna, sencillamente, con quien necesite, según nuestras facultades, por ejemplo, ¿de qué sirve ayunar, no dormir, si eres codicioso? Es una virtud hueca, así lo presenta entre otros San Basilio el Grande, o muchas veces en sus homilías San Juan Crisóstomo, del cual se refiere en dar en el modo y fin que Dios nos permite dar, no debemos despreciar a los otros cuando nos pidan, sino saber contestar con amor, cuando no podamos o al menos no sea el momento preciso, porque te sientas mal, estés de mala gana, emocionalmente inestable, por ello que debas en todo caso mostrar clemencia, misericordia, compasión frente al prójimo, en todo caso, la imitación de los limosneros debe ser la de imitar a Cristo en su mayor plenitud, esto en uno de los tantos aspectos de la vida que tuvo, o que muestra al menos en el Evangelio, de que no hay una regla única en todo caso.

Como hemos indicado dar limosnas no solo implica el hecho de obtener caridad, misericordia, sino también penitencia, purificación y perdón, gradualmente para el limosnero frecuente o residual, sea de forma material, que es la más aceptada, o la espiritual la más olvidada pero útil, en solidaridad frente a los demás, no solo se tiene de lo que nos sobra (v.g. conocimiento) sino en relación a lo que nos cuesta dar, y que hacemos por amor (ágape/eros), de allí que radique la forma de entregarlo en su naturaleza, recordemos la bienaventuranza de la misericordiosos, (véase, Mateo 5:7), por tanto el que da al pobre en el sentido amplio, no se hará uno, al contrario el que cierra los ojos para dar tendrá maldiciones (véase, proverbios 28:27), en resumen, el que da, siempre recibe gracias e incluso materialidades cuando Dios así lo quiere para tu vida (véase, Hechos 20:35).

Programémonos que cuando hagamos ayuno (viernes), o alguna mortificación (miércoles), penitencia (cualquier día/semana/mes), es allí donde podemos poner mayormente en activación no solo una vida contemplativa arraigada a la oración sino también en dar, limosnas, en el nombre de Dios, esto no solo en conseguir comida para el pobre, o agua al sediento, sino también en atender al enfermo, en visitar al necesitado, o a quien es pobre intelectual en la ignorancia (limosna espiritual), expresa la Didajé, Dichos o Enseñanzas de los Padres Apóstoles cuya instrucción nos enseña sobre el “eleemosynam”:

"No seas de los que extienden la mano para recibir, pero la retiran para dar. Si adquieres algo por el trabajo de tus manos, da de ello como rescate de tus pecados. No vaciles en dar, ni murmurarás mientras das, pues has de saber quién es el buen recompensado de tu limosna. No rechazarás al necesitado, sino que tendrás todas las cosas en común con tu hermano, sin decir que nada es tuyo propio; pues si os son comunes los bienes inmortales, cuánto más los mortales".

La limosna está instituida es para dar no para recibir, no se trata de entregar con murmuración, mala gana, es ser atento frente al necesitado cuando lo necesita, para que Dios también te recompense ahora o después, ya que esta debe ser proporcional, según el momento, el modo o la circunstancia, es mejor ser limosnero que codicioso, el primero salva, la segunda condena, por ser un vicio, el último esclaviza, en cambio el pretérito purifica, perdona, solo una buena acción puede ser suficiente para alegrar un hogar, al aliviar las necesidades de una familia, y no meramente por una recompensa, sino por amor, compasión, misericordia, no es para ser vanagloriado como lo hacían los hipócritas, entre ellos los fariseos y ahora el modernismo, que se jacta en las redes sociales de las materialidades en sí, el “eleemosynam” te permite desechar las idolatrías al dinero y demás bienes que destrozan tu alma en las pasiones.

La limosna dice Juan Crisóstomo no es un gasto sino un ingreso, una cuenta de ahorro que ahora uno va guardando como bien celestial, en la adquisición de gracias, aun sin esperar nada a cambio o recompensa, tiene sus réditos porque de alguna manera Dios que está en los cielos, lo ve y escucha todo, y recibes más de lo que das, solo porque lo has hecho por amor, entregas migajas, pero en contraprestación tendrás promesas, tiendes la mano a un necesitado pero en devolución te dan aumento de fe, inmortalidad del alma, sacias al hambriento pero en cambio entras al Reino de los Cielos, hermanos, esto es un negocio eterno, así como lo hacen los demás medios para la adquisición de la gracia del Espíritu Santo: oración, comunión, penitencia, ayunos, mortificación, vigilia, etc, todo ellos sumado es lo que te hace rico y no pobre solo por el hecho de mendigar, de ser limosnero (elenmosyni).

12 de enero de 2025

LA CONFESIÓN FRECUENTE ES EL SACRAMENTO PROFILÁCTICO DE LA SALVACIÓN


“El Señor unió la vergüenza al pecado y la esperanza a la confesión [frecuente], pero el demonio invirtió el orden e hizo que anduvieran juntas la confianza y el pecado, reservando la vergüenza para la confesión [salvación]”
San Juan Crisóstomo

“Tu destrucción [condenación] ha sido, Israel [viene de ti], porque sólo en mí estaba tu socorro [ayuda]”
Oseas 13:9

Mario Felipe Daza Pérez

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La confesión frecuente, llamada también “indulgencia de las indulgencias”, es un medio poderoso, indispensable para vencer al mortal enemigo del género de la impureza en su totalidad, de allí que la pureza [katharos] de mente a través de este sacramento traiga luz al alma en su esplendor, dice, San Teófanes el Recluso, por esto que sea conveniente siempre volver a la reconciliación (al menos hacer todo lo posible) como decía San Juan Bosco, para no acostarse con pecado mortal o con alguna deuda espiritual, porque no sabemos el día ni la hora. Este mismo santo decía que “una confesión, sumada a una comunión frecuente y la Misa diaria, son las columnas que deben sostener las bases de la santidad”. No tengan duda que, así como lo divino le molesta quien se excusa del pecado del mismo lo tendremos en quien cuenta quien se siente acusado, contrito del mal hecho, y busca de Dios.

Quien no se confiesa [acusa], se condena, así de fácil, esta arma poderosa para la salvación es el medio profiláctico por antonomasia para la perseverancia final, a ella le sumamos la oración, y por supuesto el trenbala de la eucaristía, son este trío dinámico, luego de ser bautizado y confirmado (crismado) las herramientas claves para dar combate a los embate de la carne, del mundo y del demonio, así se caiga en faltas, desgracias, vicios, etc, por ello que no sea solo suficiente creer, sino también practicar entre ellos los mandamientos y tener un vida sacramental, entre ellos, unirse a la reconciliación (o de la humildad), para poder limpiar el alma, y purificarse de las impurezas del cuerpo, por tanto se requiere no solo de una acción, sino también de una violencia contra sí mismo, para así poder abarcar una metodología completa para lograr una confesión frecuente bien hecha, evitando a toda costa la confesión sacrílega.

Entre los casos más recurrentes estar el confesar un mal pensamiento admitido en el intelecto, pero no sus acciones u omisiones y viceversa, lo que trae con ellos una consecuencia sacrílega al acto penitencial, del cual puede ser infundido por el miedo muchas veces, por vergüenza por comentar la verdad o a medias, ya sea por el que dirán, pena, etc, sobre todo en lo que tienen que ver con los pecados impuros (carnales), la boca en estos casos se tiende cerrar, cuando es precisamente cuando se debe hablar más para no caer (acto doloroso, contrarrevolucionario) para combatirlo desde su raíz, atacando el desorden del alma, en lo que ha sido su concupiscencia, de allí que se tenga que hablar hasta públicamente para afrontarlos (confesión pública), como debe ser con tal de paliarlos, no nos podemos callar nada, de nuestra conciencia, para que la subconsciencia puede trabajar en ella, es decir, eliminarla desde el intelecto (nous) limpiándola con ayuda de la gracia divina.

Por lo general el pecado de la impureza está arraigado al tal llamado demonio mudo, (otros se lo achacan a Asmodeo) del componer su vicio mismo concupiscente cuyo líder vicioso es la lujuria, y sus sequitos que le acompañan como lo es la gula, del cual consiguen anidar en nuestro corazón el deseo de la fornicación, glotonería, pornografía, exceso de bebidas, masturbación, etc, del cual comienza primero con los sentidos, del cual más peligroso es el tacto, luego las mirada lasciva, la boca (lengua), las palabras (escucha), creando así unos sucesos de malicias que se impregnan, por ello que esta falta sea grave aunque no gravísimo, si lo que lo es cuando se vuelva sistemático, porque consigue de por si la impenitencia o muerte espiritual, del cual impide ver el rostro de Dios, rebajándonos como los animales no racionales, alejándose de lo espiritual, (véase 1 Corintios 6:9).

El problema de la impureza (como puede suceder de otros pecados, como los espirituales, pensemos en la codicia) no sólo de la acción, sino sobre todo de pensamiento, del cual determina todo tipo de circunstancias que generan arrastres hacia el desmoronamiento de nuestras conductas. Por esto que sea necesario por tanto, limpiar como fuera, los pecados carnales, que son los más fáciles de cometer, como la glotonería, o la fornicación, pero que dañan mucho al hombre, del cual basta solamente para que se efectué una mirada lasciva contemplativa, excesos de comidas o de bebidas embriagantes (embriaguez), hacer lecturas escuchar, canciones obscenas, realizar gestos impúdicos, decir palabras con contenido sexual, cometer actos libidinosos, deseos impuros consentidos, etc, del cual se suma por lo general por dejarlos pasar (omisión), y porque va acompañado muchas veces de placeres fácil o inmediatos (falta de voluntad, temperancia, moderación, etc)

En este caso, el pecar o faltar a la verdad, como es la transgresión de las leyes divinas-racionales, consigue una griega o lesión que en griego llaman “hamartia”, simplemente significa desviarse del camino, al consiente e inconscientemente cometiendo el acto, cuya conducta puede ser ejecutado desde la mente, ya estoy dando paso al alejamiento de Dios, y por tanto, de allí que se haga necesario el uso de la confesión, es por eso que sea importante realizar el examen de conciencia (conocerse a si mismo) a diario como preparación o antesala para llegar al sacramento de penitencia y reconciliación. De allí que describamos por lo menos una tipificación pecaminosa para entender sus grados, variaciones de las faltas cometidas según su condición/capacidad (veámoslo de menor a mayor grado):

  • Imperfecciones: Son aquellos que, no siendo pecados ni de ninguna clase, afectan la virtud en cierta ocasión, que siendo aprovechados a su bien pueden corregirse en su lucha para ser paradójicamente “hombres virtuosos”. Son cualidades que Dios deja para la perfección, en lo que respecta el combate.
  • Pecados levísimos: Son aquellos que siendo de menor valor que los veniales son nimios, pero pueden llevar a cometer pecados veniales o bien a los graves por su repetición o hábito insano, por lo general son imperceptibles como las imperfecciones, la cual existe una línea delgada entre lo uno y lo otro con la diferencia que los primeros son necesarios para la perfección.
  • Pecados leves [veniales]: Son aquellos que, no siendo mortales, disminuyen la gracia con el tiempo debido a que son pequeños pero que van degradando la cualidad de la santificación, como aquel pensamiento impuro que entra y no se le saca de una vez, sino que se detiene en ellos un tiempo para imaginarlo, o que hacer con él, tambien puede una persona que miente sin daño alguno a tercero, ni afectación solo por conseguir algo para otro, y así sucesivamente. Estos se arreglan con una lectura santa, escucha de una homilía, rociándose agua bendita, etc.
  • Pecados graves [mortales]: Son aquellos que siendo mortales se reconocen por su unidad, son más cuantitativos que cualitativos (existe una graduación), aunque puedan ser variados, también pueden convertirse en vicios o pecado sistemáticos al ser luego considerados como gravísimos o capitales, del cual puede surgir de omisiones o pensamientos, como los impuros como del que entra, se detiene, pero además consiente, y disfruta, aunque no lo ejecute materialmente. Por tanto, desde aquí se requiere el uso de la confesión.
  • Pecados gravísimos: son aquellos que siendo pecados graves o mortales según su naturaleza van contra el orden divino, la gloria o adoración de Dios, sobre todo tienen que ver con el 1 mandamiento de ley mosaica, como quien abre portales demoniacos, o aquellos tienen que ver con la soberbia o el orgullo, del cual son exactamente relacionados con los pecados espirituales (codicia, philautia, envidia, etc), no tanto con los carnales, a menos que se vuelvan en vicios, aquí se requiere no solamente la confesión, sino tambien el uso de la liberación.
  • Pecados capitales [vicios]: Son aquellos que, siendo gravísimos, que se convierten en pecados imperdonables por impenitentes, porque se vuelven sistemático, y hacen aberturas, acuerdos por lo generales tácitos con los seres espirituales caídos, por abrirle el paso en obediencia a su rebeldía, por ello que la ignorancia no sirva de excusa, aquí sé que se necesite si o si la confesión frecuente, aunque no se cometa, para poder desarraigar la falta habitual, además la oración, la conversión perpetua, una vida sacramental, y la liberación continua.
  • Pecados imperdonables [eternos]: Son aquellos que en la hamartiología, se clasifican que siendo gravísimos, se vuelven imperdonables por varios factores, entre ellos, por los vicios, por impertinencia final o por pecar en contra (blasfemar, sobre todo) en contra del Espíritu Santo, se decir que el nombre es nominativo, porque en la realidad pueden ser justificados con la confesión, lo que lo hace no perdonables es el estado presente [permanente] de su situación lo cual no se adecuan tiempo futuro, sino mientras se mantenga.

La confesión cuando se hace correctamente aporta luz al alma, y ahuyenta todos los pecados, el problema es evitar la impenitencia final [que se vuelva imperdonable], hagámoslo como hizo San Agustín, San Ignacio, San Camilo de Lelis, la Magdalena, entre otros, por ello, que la práctica de la reconciliación y la penitencia deba hacerse por lo menos cada quince (15) días, y en la mayor medida posible cada ocho (8) días, acompañada luego de la eucaristía repetitiva, y un examen de conciencia, bañándonos y purificándonos con la Sangre de Jesucristo, (inclusive en oraciones y novenas) luchando en la mente contra ideas y pensamientos obscenos, e inmundos, tengamos claro que Dios nunca niega el perdón, es uno el que se aleja, por un temor, pena infundada que no es de nosotros sino del enemigo.

La confesión frecuente, la bien hecha no solo purifica, limpia todos los pecados, sino que nos da la virtud para crecer en contra del vicio contrario que queremos combatir hacia el camino de la santificación (theosis), es allí donde Cristo no da las gracias suficientes para salir adelante, pero luchando, no sentado haciendo nada, aceptando las tentaciones, aprovechando los placeres, cometiendolos. Si se dan cuenta en el centro del pecado más recurrente, se hace lazos fuertes cuando se cometen con regularidad, para luego cometer otros peores, y eso es lo que uno debe cuidarse, a través de los medios de la salvación, por lo que se repite la cuestión no es caer, sino querer/poder levantarse, aun cuando se trata de impureza, que son los más visibles.

Cuenta San Felipe Neri que uno de sus confesados, cayó más de trece (13) veces en el pecado de impureza, hasta que llegó a ser puro y casto, convirtiéndose en un celoso apóstol, por lo que el sacramento de la reconciliación suele ser más fuerte que los mismísimos demonios todos juntos, (véase, Jose Luis Chiavarino, Confesaos bien, p. 67). Por lo que el virus de la concupiscencia no solo debemos disminuirlo, dominarlo, sino acabarlo de nuestra alma, con varias inyecciones, inmediata o mediatamente luego de haber caído, y se puede decir que la confesión tiene mayor particularidad cuando se trata de pecados de impureza, como la fornicación, porque da en la yugular, sea cual fuere el caso peor o no, por ello la frecuencia de practicarla, para no dejarse vencer, y poder luchar contra ella hasta sus últimas consecuencias.

Los efectos de la confesión frecuente pueden ser variopintas, del cual alivia muchas cosas para el alma incluyendo toda tipificación de pecados o faltas ya descritas, incluyendo las veniales como las imperfecciones (si es la voluntad de Dios), es tan así, que toda confesión en sí mismo está inserta la misma pena, es una indulgencia de las indulgencias, esto, cuando se hace repetidamente, como si actuase como reparación, (véase, José Luis Chiavarino p. 73), ya que el sacramento mismo actúa como “ex opere operato”, es decir, en sí mismo a diferencia de los sacramentales que necesitan de la autoridad u orden del presbítero o quien lo manifiesta, no de su actividad.

Dice San Ambrosio “que es más fácil encontrar hombres que hayan mantenido su inocencia que encontrar a alguno que haya hecho penitencia adecuada”, por lo que el sacramento de la penitencia actúa sobre sí misma, es dolorosa, si, y sufrida cuando se hace con contrición del corazón (dolor perfecto), aunque no tanto de atrición (dolor imperfecto), evitar, huir del pecado, enmendar, detestar (odio), surgir lagrimas santas, y teniendo un sincero arrepentimiento, por tanto es de por si una restitución in integrum de los pecados cometidos, sea cuales fueran. Esta confesión frecuente suma gracias y tesoros espirituales ilimitados, es así que los grandes santos lo hacían dos, tres veces a la semana, hasta todos los días, para mantener así la conciencia pura, y seguir aprovechando las ventajas de ella, ya que acrecienta la gracia, como San Leonardo de Porto Mauricio que lo mantenía durante dos (2) veces al día.

Por esto que para las almas devotas deban hacerlo cada semana, y no cada mes, al menos cada quince (15) días, para ir creciendo, como baño creciente en el alma, no sólo como remedio, sino como reconstituyente, sumado a la humillación (por habernos confesado, ya que duele hacerlo, es dolor), primero diciendo los pecados que más se cometen, luego los que le siguen en orden, del cual sumaremos la sangre y llagas de Jesucristo (santa invocación) para curarnos como ejercicio profiláctico indulgenciar, si se quiere repitiendo los que hemos cometido con anterioridad, como ejercicios piadoso para así darle mayor fuerza para no volver a cometerlo, sobre todo cuando hayamos ejecutado alguna falta de escándalo (llevando a otros al pecado).

La confesión frecuente además de todo lo dicho, nos lleva a lo más importante, a la gracia santificante, conmuta las penas, las lleva a la indulgencia, las reintegra en integro (total o parcialmente), por ello que se deba comenzar con la oración “bendíceme, Padre, porque he pecado”, arrodillado (preferiblemente), y al final haciendo la Señal de la Cruz, por ello que sea bueno también hacer por lo menos una (1) o dos (2) veces al año una confesión general, para revivir los dolores de los pecados anteriores, para marcar nuestros caminos de santidad, para remitirnos a aquellos de pronto que no han sido confesados, los sacrílegos, o sin contrición, teniendo así una renovación de dolores, para estar seguros de lo que vamos hacer, y nos desesperamos, buscando un mayor conocimiento de sí mismo, para luego aborrecerlos, enmendarnos, corregirnos, y pelear contra los vicios, fuera del mundo.

Uno de los famosos dichos de los Padres [monjes] del Desierto dice:

“Un joven monje le dijo al gran asceta Abba Sisoes:
“Abba, ¿Qué debo hacer? Me caí."
El anciano respondió: "¡Levántate!"
El monje dijo: "¡Me levanté y volví a caer!"
El anciano respondió: "¡Levántate de nuevo!"
Pero el joven monje preguntó: "¿Cuánto tiempo debo levantarme cuando me caigo?"
“Hasta tu muerte”, respondió Abba Siseos”.

Indica Juan Clímaco en su ascenso de la Escalera Espiritual, que las lágrimas muchas veces (reemplaza después su inmersión) le sigue al bautismo, sobre lo que tienes que decir, que ya de antes todo está perdonado. Ahora, lo que implica la absolución es la formalización de lo acontecido, el confesarse frecuentemente genera por supuesto mayor humildad/arrepentimiento, a toda falta, vicios que toca echarnos afuera, sea lo que sea, desprendernos de ella lo más rápido posible, porque se anida en el corazón, en el alma, como araña, ciñámonos a contar todo a Jesucristo, que en este caso está representado en el Padre [sacerdote], por ser un sacramento ex opere operato, pero que Dios en su sapiencia ya ha recobrad cuyo pago es la gracia, la pureza, sin esta no puede haber comunión, el dúo o trío dinámico para la salvación, en todo caso no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy mismo. Ve a confesarte.

Dice San Teófanes el Recluso, en “Interpretaciones de la Sagrada Escritura para todos los días del año”, traducida del ruso por Adrián y Xenia Tănăsescu-Vlas, Editorial Sophia, 2011, págs. 58-59.

“El Señor perdona los pecados y el alma comienza a caminar en Sus mandamientos. Los mandamientos son el yugo y los pecados la carga; pero poniéndolos uno al lado del otro, el alma aprende que el yugo de los mandamientos es ligero como una copa, y el peso de los pecados, pesado como una montaña. ¡Por tanto, no tengamos miedo de recibir con agrado el buen yugo del Señor y su ligera carga! Sólo así, y no de otra manera, podremos encontrar descanso para nuestras almas”.

Dice también el Padre de la Iglesia de occidente, San Ambrosio de Milán, “El demonio tiene preparada una lista completa de tus pecados para acusarte de ella ante el tribunal de Dios. ¿Quieres librarte de esta acusación? Adelántate a tu acusador, acúsate por ti mismo a un confesor y no tendrás entonces acusador alguno contra ti”, de la misma forma la carmelita descalza Santa Teresa de Jesús exclamaba que, “La confesión es para decir pecados, no virtudes” y por ultimo Jose el Hesicasta esgrimía que, “Los poderes de las tinieblas no se combaten con dulces y delicias, sino con conductos de lágrimas, con dolor del alma hasta la muerte, con extrema humildad y gran paciencia [penitencias], con incesante oración dolorosa”.

Al ser un sacramento profiláctico, (exomologesis) es en sí mismo, un medicamento seguro, que se manifiesta como un acto humano de la psyche, pero más importante en el pneuma, en conexión con el alma por su energía divina increada que se transmite con la Santísima Trinidad, por el hecho de la cooperación, para recobrar la gracia de Dios, del cual debe venir tomada de penitencias y un ascesis riguroso para no volver a caer, siendo esta la clínica por excelencia, es la confesión no un juicio sino una terapia completa, del cual resultas frutos en abundancias, del cual obtiene la limpieza de la conciencia, del nous, y la resurrección del alma que evita su muerte, en vías al medio importante de la comunión, del cual rehabilita, la razón psico-somática-espiritual del hombre del cuyo fin último mientras viva es obtener la pureza del corazón: actos, pensamientos, en fortificación del intelecto.

Decía el gran Obispo de Oriente y Patriarca de Constantinopla, San Juan Crisóstomo, “Entre tantos miles de personas, no encontraríamos cien que se salvan, e incluso dudo cien por cien, cuando un fin exige grandes esfuerzos, solo pocos lo logran”. Hermanos, la idea de la confesión frecuente, como herramienta profiláctica, es poder quitarnos la venda que nos está enceguecido debido a la “philautia” (amor a si mismo), por tanto, no se trata de misericordia sino de justicia, y luego si de piedad dentro de esta virtud, por eso que se requiera si o si de la practica repetitiva de la penitencia y la reconciliación, para poder así enmendar nuestros errores, faltas, vicios, con nuestros esfuerzos, con el arrepentimiento, corazón contrito, lágrimas, perdón, oración humilde, penitencia, etc y conseguir con esto la “indulgencia de las indulgencias final”.

San Leonardo de Puerto Mauricio nos dice “Yo digo con más certeza, porque a una persona moribunda que no ha confesado bien cuando estaba en buen estado de salud le será mucho más difícil hacerlo cuando está en la cama con un corazón apesadumbrado, una cabeza inestable, una mente confusa” (véase, El Pequeño Número de los que se Salvan), este nos suplica de rodillas, y rociándonos con la Sangre y Llagas de Cristo, untándonos en el Inmaculado Corazón de Maria, que nos convirtamos permanentemente, para así salvarnos, y ser las almas que van al cielo, vayamos entonces a los pies de Jesucristo a confesarnos, pero obviamente esto se hace con arrepintiéndonos contritos por medio del sacramento de la confesión, llenos humildemente con un corazón humilde. Para que esto sucede nos comparte el justo italiano una oración para recitar de la siguiente manera:

“Señor, confieso que hasta ahora no he vivido como cristiano. No soy digno de ser contado entre tus elegidos. Reconozco que merezco ser condenado; pero tu misericordia es grande y lleno de confianza en tu gracia, Te digo que quiero salvar mi alma, aunque tenga que sacrificar mi fortuna, mi honor, y hasta mi vida, con tal que sea salvado. Si he sido infiel hasta ahora, me arrepiento, deploro, detesto mi infidelidad, te pido humildemente que me perdones por ello. Perdóname, buen Jesús, y también fortaléceme, para que pueda ser salvado. Te pido no la riqueza, ni el honor ni la prosperidad; te pido una sola cosa, que salves mi alma”.

Por tanto, lloremos nuestros pecados, hagamos confesiones frecuentes para aliviar nuestras cargas, y ser salvo por medio de la justicia misericordiosa de Dios, en una verdadera conversión contrita, para no cometer más faltas, huir de ellos, sobre todo desarraigar los vicios: de la gula, codicia, envidia, vanagloria, lujuria, pereza, etc, que llevan al alma a la ruina de su misma condenación, recordemos que Dios escudriña nuestros corazones ya que no lo podemos mentir, dejemos el sacrilegio, rindámonos en los pies, en camino hacia él, para que nos perdone todo a pesar de nuestras fallas, desgracias, aun así, si nos abrimos a su amor, y nos levantamos Él nos perdonará, lo primordial siempre será hacer el esfuerzo para mantener la gracia santificante.

5 de enero de 2025

AÑO NUEVO, GRACIAS NUEVAS, ESTE AÑO MÁS SANTO SERÉ... ♫


“Desnudo salí del seno de mi madre, desnudo allá retornaré. Dios dio, Dios quitó: ¡Sea bendito el nombre del Señor!”
Job 1:21

Mario Felipe Daza Pérez

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Este es un año nuevo igual como sucede todos los años, se renueva el calendario gregoriano (que data de 1582) del cual coincide cosmológicamente (astronómicamente) con el movimiento que hace de la órbita de la tierra en torno al sol, al que estamos ceñido, esto no implica que debamos recargas nuestras energías, o hacer lo mismo de siempre, por el contrario que sea este es un acicate para seguir con tu vida lleno de esperanza, jubileo, para pedir perdón, arrepentirte de tus faltas ante Dios, abrazar a los hermanos, ayudar al prójimo, etc. Estar cimentado de voluntad no significa tampoco que debamos hacer lo malo, no se trata tampoco de una superstición como si el año nuevo de por sí traería otras cosas que no arrastramos con el anterior, muchos dicen: "te deseo salud", "prosperidad", "riquezas", cuando esto no importa, mejor, es decir, “te bendigo” o “te deseo muchas bendiciones”, “gracias nuevas”. ¿De qué vale estar saludable si eres un vicioso? ¿de qué vale tener dinero si maltratas a los demás?, y así sucesivamente.

Por eso hemos puesto el epitafio de este artículo para comenzar el año, y no el común de “año nuevo, vida nueva, este...", no digamos, este año queremos tal u otra cosa, sino gracias nuevas (bienes divinos), quiero ser más santo, o si se quiere menos pecador, un miserable menos, en esta vida, quiero componer todo lo que he deconstruido en mi alma o en la de los otros con buenas obras, quiero reparar el daño causado, eso es lo que vale, no la tal prosperidad que es temporal, que se esfuma precisamente con el tiempo. En este sentido no es un año más, sino un año menos que tienes para encauzar las cosas, por ello la premura del tiempo para trabajar el alma y el espíritu para asi poder alcanzar la felicidad, la paz, la vida eterna, a través del camino de la verdad, que solo es uno, el Evangelio.

Por otro lado, podemos decir que la semana que antecede el año nuevo, es la misma de navidad, por tanto estamos aun celebrando la semana octava de la natividad, que se extiende aún más hasta el 1 de enero hasta el bautismo, que en este caso con dos (2) fiestas esenciales, entre ellos, la que fue de la Sagrada Familia, la circuncisión de Jesús, pero tambien se celebra el dogma de la Santísima Madre de Dios, la Santísima Theotokos, por tanto, al comenzar el día y este nuevo calendario, ponemos no solo el pie derecho, sino ambos, pisando de frente y con los taches arriba, en lo que se refiere a los proyectos divinos celebrado al mismo tiempo con la natividad de nuestro Señor Jesucristo, con respecto a los planes eternos, principio cosmológico, en consonancia cuanto a la consonancia con los humanos (referido a la humanidad), y del que se suma todos ellos con la venida de Cristo (parusía), a través de su madre del cual une lo natural con lo sobrenatural.

De aquí que se quiera recalcar que para este año debamos hacer que la divina voluntad sea la que impere, y no la nuestra, abandonándonos en lo que quiere Dios para nosotros, precisamente la santa (aun no canonizada), Luisa Picarreta dice (hablando con Jesús) que la "santa voluntad" es la suma de todos los sacramentos. El Fiat, debe proyectarse en querer/poder obedecer a los designios de la Santísima Trinidad, distinguiendo de nuestras acciones, y las voluntades. El compromiso es doble cuando comienza el año lectivo atado a las leyes eternas y divinas, del cual debemos traslucir en el mundo material con nuestros esfuerzos de lo que hacemos, y entre ellos imitando a los buenos, justos, santos, entre ellos a Jesús, Maria o José, la verdadera familia real.

Sabemos que el mundo, y todas las cosas de Dios se rigen por una leyes no solo eternas, sino también divinas, racionales, de estas se desprenden una visión cosmológica de lo que somos y de lo que hay, así no lo entendamos debemos respetarlo y obedecerlo si o si, así no queramos, por tanto, lo único que tenemos por ofrecer es nuestra voluntad (que es la que nos salva o condena) es la que llamamos comúnmente como "libre albedrío", de ella se deriva el camino que tomemos, ya sea para seguir con nuestros vicios, faltas, o el trabajo para el alma, salvando nuestro espíritu en comunión con el de la Santísima Trinidad, siendo dóciles a sus santas inspiraciones, por tanto, es el esfuerzo a arrepentirnos, a humillarnos, a ayudar a los demás, las que nos permite obtener la gracia.

De allí que expongamos nuevamente que el cambio no comienza precisamente con ese o este año nuevo, sino es siempre, repetitivo, cíclico, es anterior (colaborativo), por ello que debamos estar preparado para ese comienzo ex novo, no precisamente cuando inicia el año lectivo, por lo que estaría incentivando es únicamente la motivación, no la dedicación, perseverancia, producto del esfuerzo, que no es otra cosa que la disciplina en este caso espiritual, pero también corporal, y del alma, ¿de qué vale decir que vas a ir al gimnasio ahora si el día anterior te consumiste varios postres, como último deseo? Esto indica en tu mente, que no hay compromiso, por ello que el empeño deba ser ex ante para ser tomado en serio, y lo mismo para las cosas de Dios, no vale pecar, para luego presuntamente arrepentirse, porque ahí no hay verdadera contrición, al contrario, lo que existe es arrogancia o soberbia.

Si el año nuevo puede ser concebido como una suma más, también podemos verlo aun positivamente como un año menos que nos queda por hacer las cosas bien, pesimismo es realmente creer que sumamos con el pasar del tiempo, cuando precisamente estamos robando su pasar sin hacer nada por nuestras almas, y esto sí que es lamentable, hermano, recuerda que morirás (memento mori), has algo por tu espíritu, arma una disciplina almática-espiritual de salvación, no creas que vienes de la nada, ni que fuiste creado por el azar, te han creado, para un fin, no es para tomar, emborracharte, o beber en demasía, fuiste nacido para cosas grandes, entre ellas para dar Gloria a Dios, ponerte a prueba, sacar a relucir tus talentos, agradecer por un día que puedes perdonar, arrepentirse, y de más, aprovecha, puede que no haya más ofertas. 

Ánimo, comienza, con carácter y valentía que sí se puede, hasta el más miserable de los pecadores como San Agustín, Santa Maria Magdalena, o gusanos, concebidos como polvos y cenizas como tú y yo, lo podemos hacer, nunca es tarde, mientras tengamos vida. Ahora, terminemos, este primer artículo dominical y del año, no solo agradeciendo, sino también pidiendo fervientemente mayores gracias, así como lo hizo el profeta Daniel, que no dejó de hacer oraciones ningún día conforme a lo que fueron sus actos devocionales ante la iniquidades de los gobernantes e impíos, solicitemos aumento de nuestra fe, y mucha fortaleza para soportar las adversidades de la vida, y por supuesto mayor santidad para alcanzar a la Jerusalén Celestial, teniendo como fundamento el Santo Nombre de Dios, que no es otro que el de Jesucristo vivo con y para nosotros, digamos:

“Trinidad Santísima, Gloria a ti, que eres dueño del tiempo y de la eternidad, tuyo es el hoy y el mañana, el pasado y el futuro. Al terminar este año quiero darte las gracias por todo aquello que recibí. Gracias por lo que ha sido de mí, perdona todas mis ofensas, te pido perdón por todas las personas que pude haberle hecho daño, consciente e inconscientemente, y te doy gracias por lo que me diste y no me diste, por lo que me darás, por mis amigos, pero también por mis enemigos, bendícelos Señor, considérame digno de hacer siempre tu divina voluntad. Préstame un poco más de atención este año, bendíceme siempre. Señor Jesucristo, ten piedad de este miserable pecador".