“El Señor unió la vergüenza al pecado y la esperanza a la confesión [frecuente], pero el demonio invirtió el orden e hizo que anduvieran juntas la confianza y el pecado, reservando la vergüenza para la confesión [salvación]”
San Juan Crisóstomo
“Tu destrucción [condenación] ha sido, Israel [viene de ti], porque sólo en mí estaba tu socorro [ayuda]”
Oseas 13:9
Mario Felipe Daza Pérez
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La confesión frecuente, llamada también “indulgencia de las indulgencias”, es un medio poderoso, indispensable para vencer al mortal enemigo del género de la impureza en su totalidad, de allí que la pureza [katharos] de mente a través de este sacramento traiga luz al alma en su esplendor, dice, San Teófanes el Recluso, por esto que sea conveniente siempre volver a la reconciliación (al menos hacer todo lo posible) como decía San Juan Bosco, para no acostarse con pecado mortal o con alguna deuda espiritual, porque no sabemos el día ni la hora. Este mismo santo decía que “una confesión, sumada a una comunión frecuente y la Misa diaria, son las columnas que deben sostener las bases de la santidad”. No tengan duda que, así como lo divino le molesta quien se excusa del pecado del mismo lo tendremos en quien cuenta quien se siente acusado, contrito del mal hecho, y busca de Dios.
Quien no se confiesa [acusa], se condena, así de fácil, esta arma poderosa para la salvación es el medio profiláctico por antonomasia para la perseverancia final, a ella le sumamos la oración, y por supuesto el trenbala de la eucaristía, son este trío dinámico, luego de ser bautizado y confirmado (crismado) las herramientas claves para dar combate a los embate de la carne, del mundo y del demonio, así se caiga en faltas, desgracias, vicios, etc, por ello que no sea solo suficiente creer, sino también practicar entre ellos los mandamientos y tener un vida sacramental, entre ellos, unirse a la reconciliación (o de la humildad), para poder limpiar el alma, y purificarse de las impurezas del cuerpo, por tanto se requiere no solo de una acción, sino también de una violencia contra sí mismo, para así poder abarcar una metodología completa para lograr una confesión frecuente bien hecha, evitando a toda costa la confesión sacrílega.
Entre los casos más recurrentes estar el confesar un mal pensamiento admitido en el intelecto, pero no sus acciones u omisiones y viceversa, lo que trae con ellos una consecuencia sacrílega al acto penitencial, del cual puede ser infundido por el miedo muchas veces, por vergüenza por comentar la verdad o a medias, ya sea por el que dirán, pena, etc, sobre todo en lo que tienen que ver con los pecados impuros (carnales), la boca en estos casos se tiende cerrar, cuando es precisamente cuando se debe hablar más para no caer (acto doloroso, contrarrevolucionario) para combatirlo desde su raíz, atacando el desorden del alma, en lo que ha sido su concupiscencia, de allí que se tenga que hablar hasta públicamente para afrontarlos (confesión pública), como debe ser con tal de paliarlos, no nos podemos callar nada, de nuestra conciencia, para que la subconsciencia puede trabajar en ella, es decir, eliminarla desde el intelecto (nous) limpiándola con ayuda de la gracia divina.
Por lo general el pecado de la impureza está arraigado al tal llamado demonio mudo, (otros se lo achacan a Asmodeo) del componer su vicio mismo concupiscente cuyo líder vicioso es la lujuria, y sus sequitos que le acompañan como lo es la gula, del cual consiguen anidar en nuestro corazón el deseo de la fornicación, glotonería, pornografía, exceso de bebidas, masturbación, etc, del cual comienza primero con los sentidos, del cual más peligroso es el tacto, luego las mirada lasciva, la boca (lengua), las palabras (escucha), creando así unos sucesos de malicias que se impregnan, por ello que esta falta sea grave aunque no gravísimo, si lo que lo es cuando se vuelva sistemático, porque consigue de por si la impenitencia o muerte espiritual, del cual impide ver el rostro de Dios, rebajándonos como los animales no racionales, alejándose de lo espiritual, (véase 1 Corintios 6:9).
El problema de la impureza (como puede suceder de otros pecados, como los espirituales, pensemos en la codicia) no sólo de la acción, sino sobre todo de pensamiento, del cual determina todo tipo de circunstancias que generan arrastres hacia el desmoronamiento de nuestras conductas. Por esto que sea necesario por tanto, limpiar como fuera, los pecados carnales, que son los más fáciles de cometer, como la glotonería, o la fornicación, pero que dañan mucho al hombre, del cual basta solamente para que se efectué una mirada lasciva contemplativa, excesos de comidas o de bebidas embriagantes (embriaguez), hacer lecturas escuchar, canciones obscenas, realizar gestos impúdicos, decir palabras con contenido sexual, cometer actos libidinosos, deseos impuros consentidos, etc, del cual se suma por lo general por dejarlos pasar (omisión), y porque va acompañado muchas veces de placeres fácil o inmediatos (falta de voluntad, temperancia, moderación, etc)
En este caso, el pecar o faltar a la verdad, como es la transgresión de las leyes divinas-racionales, consigue una griega o lesión que en griego llaman “hamartia”, simplemente significa desviarse del camino, al consiente e inconscientemente cometiendo el acto, cuya conducta puede ser ejecutado desde la mente, ya estoy dando paso al alejamiento de Dios, y por tanto, de allí que se haga necesario el uso de la confesión, es por eso que sea importante realizar el examen de conciencia (conocerse a si mismo) a diario como preparación o antesala para llegar al sacramento de penitencia y reconciliación. De allí que describamos por lo menos una tipificación pecaminosa para entender sus grados, variaciones de las faltas cometidas según su condición/capacidad (veámoslo de menor a mayor grado):
- Imperfecciones: Son aquellos que, no siendo pecados ni de ninguna clase, afectan la virtud en cierta ocasión, que siendo aprovechados a su bien pueden corregirse en su lucha para ser paradójicamente “hombres virtuosos”. Son cualidades que Dios deja para la perfección, en lo que respecta el combate.
- Pecados levísimos: Son aquellos que siendo de menor valor que los veniales son nimios, pero pueden llevar a cometer pecados veniales o bien a los graves por su repetición o hábito insano, por lo general son imperceptibles como las imperfecciones, la cual existe una línea delgada entre lo uno y lo otro con la diferencia que los primeros son necesarios para la perfección.
- Pecados leves [veniales]: Son aquellos que, no siendo mortales, disminuyen la gracia con el tiempo debido a que son pequeños pero que van degradando la cualidad de la santificación, como aquel pensamiento impuro que entra y no se le saca de una vez, sino que se detiene en ellos un tiempo para imaginarlo, o que hacer con él, tambien puede una persona que miente sin daño alguno a tercero, ni afectación solo por conseguir algo para otro, y así sucesivamente. Estos se arreglan con una lectura santa, escucha de una homilía, rociándose agua bendita, etc.
- Pecados graves [mortales]: Son aquellos que siendo mortales se reconocen por su unidad, son más cuantitativos que cualitativos (existe una graduación), aunque puedan ser variados, también pueden convertirse en vicios o pecado sistemáticos al ser luego considerados como gravísimos o capitales, del cual puede surgir de omisiones o pensamientos, como los impuros como del que entra, se detiene, pero además consiente, y disfruta, aunque no lo ejecute materialmente. Por tanto, desde aquí se requiere el uso de la confesión.
- Pecados gravísimos: son aquellos que siendo pecados graves o mortales según su naturaleza van contra el orden divino, la gloria o adoración de Dios, sobre todo tienen que ver con el 1 mandamiento de ley mosaica, como quien abre portales demoniacos, o aquellos tienen que ver con la soberbia o el orgullo, del cual son exactamente relacionados con los pecados espirituales (codicia, philautia, envidia, etc), no tanto con los carnales, a menos que se vuelvan en vicios, aquí se requiere no solamente la confesión, sino tambien el uso de la liberación.
- Pecados capitales [vicios]: Son aquellos que, siendo gravísimos, que se convierten en pecados imperdonables por impenitentes, porque se vuelven sistemático, y hacen aberturas, acuerdos por lo generales tácitos con los seres espirituales caídos, por abrirle el paso en obediencia a su rebeldía, por ello que la ignorancia no sirva de excusa, aquí sé que se necesite si o si la confesión frecuente, aunque no se cometa, para poder desarraigar la falta habitual, además la oración, la conversión perpetua, una vida sacramental, y la liberación continua.
- Pecados imperdonables [eternos]: Son aquellos que en la hamartiología, se clasifican que siendo gravísimos, se vuelven imperdonables por varios factores, entre ellos, por los vicios, por impertinencia final o por pecar en contra (blasfemar, sobre todo) en contra del Espíritu Santo, se decir que el nombre es nominativo, porque en la realidad pueden ser justificados con la confesión, lo que lo hace no perdonables es el estado presente [permanente] de su situación lo cual no se adecuan tiempo futuro, sino mientras se mantenga.
La confesión cuando se hace correctamente aporta luz al alma, y ahuyenta todos los pecados, el problema es evitar la impenitencia final [que se vuelva imperdonable], hagámoslo como hizo San Agustín, San Ignacio, San Camilo de Lelis, la Magdalena, entre otros, por ello, que la práctica de la reconciliación y la penitencia deba hacerse por lo menos cada quince (15) días, y en la mayor medida posible cada ocho (8) días, acompañada luego de la eucaristía repetitiva, y un examen de conciencia, bañándonos y purificándonos con la Sangre de Jesucristo, (inclusive en oraciones y novenas) luchando en la mente contra ideas y pensamientos obscenos, e inmundos, tengamos claro que Dios nunca niega el perdón, es uno el que se aleja, por un temor, pena infundada que no es de nosotros sino del enemigo.
La confesión frecuente, la bien hecha no solo purifica, limpia todos los pecados, sino que nos da la virtud para crecer en contra del vicio contrario que queremos combatir hacia el camino de la santificación (theosis), es allí donde Cristo no da las gracias suficientes para salir adelante, pero luchando, no sentado haciendo nada, aceptando las tentaciones, aprovechando los placeres, cometiendolos. Si se dan cuenta en el centro del pecado más recurrente, se hace lazos fuertes cuando se cometen con regularidad, para luego cometer otros peores, y eso es lo que uno debe cuidarse, a través de los medios de la salvación, por lo que se repite la cuestión no es caer, sino querer/poder levantarse, aun cuando se trata de impureza, que son los más visibles.
Cuenta San Felipe Neri que uno de sus confesados, cayó más de trece (13) veces en el pecado de impureza, hasta que llegó a ser puro y casto, convirtiéndose en un celoso apóstol, por lo que el sacramento de la reconciliación suele ser más fuerte que los mismísimos demonios todos juntos, (véase, Jose Luis Chiavarino, Confesaos bien, p. 67). Por lo que el virus de la concupiscencia no solo debemos disminuirlo, dominarlo, sino acabarlo de nuestra alma, con varias inyecciones, inmediata o mediatamente luego de haber caído, y se puede decir que la confesión tiene mayor particularidad cuando se trata de pecados de impureza, como la fornicación, porque da en la yugular, sea cual fuere el caso peor o no, por ello la frecuencia de practicarla, para no dejarse vencer, y poder luchar contra ella hasta sus últimas consecuencias.
Los efectos de la confesión frecuente pueden ser variopintas, del cual alivia muchas cosas para el alma incluyendo toda tipificación de pecados o faltas ya descritas, incluyendo las veniales como las imperfecciones (si es la voluntad de Dios), es tan así, que toda confesión en sí mismo está inserta la misma pena, es una indulgencia de las indulgencias, esto, cuando se hace repetidamente, como si actuase como reparación, (véase, José Luis Chiavarino p. 73), ya que el sacramento mismo actúa como “ex opere operato”, es decir, en sí mismo a diferencia de los sacramentales que necesitan de la autoridad u orden del presbítero o quien lo manifiesta, no de su actividad.
Dice San Ambrosio “que es más fácil encontrar hombres que hayan mantenido su inocencia que encontrar a alguno que haya hecho penitencia adecuada”, por lo que el sacramento de la penitencia actúa sobre sí misma, es dolorosa, si, y sufrida cuando se hace con contrición del corazón (dolor perfecto), aunque no tanto de atrición (dolor imperfecto), evitar, huir del pecado, enmendar, detestar (odio), surgir lagrimas santas, y teniendo un sincero arrepentimiento, por tanto es de por si una restitución in integrum de los pecados cometidos, sea cuales fueran. Esta confesión frecuente suma gracias y tesoros espirituales ilimitados, es así que los grandes santos lo hacían dos, tres veces a la semana, hasta todos los días, para mantener así la conciencia pura, y seguir aprovechando las ventajas de ella, ya que acrecienta la gracia, como San Leonardo de Porto Mauricio que lo mantenía durante dos (2) veces al día.
Por esto que para las almas devotas deban hacerlo cada semana, y no cada mes, al menos cada quince (15) días, para ir creciendo, como baño creciente en el alma, no sólo como remedio, sino como reconstituyente, sumado a la humillación (por habernos confesado, ya que duele hacerlo, es dolor), primero diciendo los pecados que más se cometen, luego los que le siguen en orden, del cual sumaremos la sangre y llagas de Jesucristo (santa invocación) para curarnos como ejercicio profiláctico indulgenciar, si se quiere repitiendo los que hemos cometido con anterioridad, como ejercicios piadoso para así darle mayor fuerza para no volver a cometerlo, sobre todo cuando hayamos ejecutado alguna falta de escándalo (llevando a otros al pecado).
La confesión frecuente además de todo lo dicho, nos lleva a lo más importante, a la gracia santificante, conmuta las penas, las lleva a la indulgencia, las reintegra en integro (total o parcialmente), por ello que se deba comenzar con la oración “bendíceme, Padre, porque he pecado”, arrodillado (preferiblemente), y al final haciendo la Señal de la Cruz, por ello que sea bueno también hacer por lo menos una (1) o dos (2) veces al año una confesión general, para revivir los dolores de los pecados anteriores, para marcar nuestros caminos de santidad, para remitirnos a aquellos de pronto que no han sido confesados, los sacrílegos, o sin contrición, teniendo así una renovación de dolores, para estar seguros de lo que vamos hacer, y nos desesperamos, buscando un mayor conocimiento de sí mismo, para luego aborrecerlos, enmendarnos, corregirnos, y pelear contra los vicios, fuera del mundo.
Uno de los famosos dichos de los Padres [monjes] del Desierto dice:
“Un joven monje le dijo al gran asceta Abba Sisoes:“Abba, ¿Qué debo hacer? Me caí."El anciano respondió: "¡Levántate!"El monje dijo: "¡Me levanté y volví a caer!"El anciano respondió: "¡Levántate de nuevo!"Pero el joven monje preguntó: "¿Cuánto tiempo debo levantarme cuando me caigo?"“Hasta tu muerte”, respondió Abba Siseos”.
Indica Juan Clímaco en su ascenso de la Escalera Espiritual, que las lágrimas muchas veces (reemplaza después su inmersión) le sigue al bautismo, sobre lo que tienes que decir, que ya de antes todo está perdonado. Ahora, lo que implica la absolución es la formalización de lo acontecido, el confesarse frecuentemente genera por supuesto mayor humildad/arrepentimiento, a toda falta, vicios que toca echarnos afuera, sea lo que sea, desprendernos de ella lo más rápido posible, porque se anida en el corazón, en el alma, como araña, ciñámonos a contar todo a Jesucristo, que en este caso está representado en el Padre [sacerdote], por ser un sacramento ex opere operato, pero que Dios en su sapiencia ya ha recobrad cuyo pago es la gracia, la pureza, sin esta no puede haber comunión, el dúo o trío dinámico para la salvación, en todo caso no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy mismo. Ve a confesarte.
Dice San Teófanes el Recluso, en “Interpretaciones de la Sagrada Escritura para todos los días del año”, traducida del ruso por Adrián y Xenia Tănăsescu-Vlas, Editorial Sophia, 2011, págs. 58-59.
“El Señor perdona los pecados y el alma comienza a caminar en Sus mandamientos. Los mandamientos son el yugo y los pecados la carga; pero poniéndolos uno al lado del otro, el alma aprende que el yugo de los mandamientos es ligero como una copa, y el peso de los pecados, pesado como una montaña. ¡Por tanto, no tengamos miedo de recibir con agrado el buen yugo del Señor y su ligera carga! Sólo así, y no de otra manera, podremos encontrar descanso para nuestras almas”.
Dice también el Padre de la Iglesia de occidente, San Ambrosio de Milán, “El demonio tiene preparada una lista completa de tus pecados para acusarte de ella ante el tribunal de Dios. ¿Quieres librarte de esta acusación? Adelántate a tu acusador, acúsate por ti mismo a un confesor y no tendrás entonces acusador alguno contra ti”, de la misma forma la carmelita descalza Santa Teresa de Jesús exclamaba que, “La confesión es para decir pecados, no virtudes” y por ultimo Jose el Hesicasta esgrimía que, “Los poderes de las tinieblas no se combaten con dulces y delicias, sino con conductos de lágrimas, con dolor del alma hasta la muerte, con extrema humildad y gran paciencia [penitencias], con incesante oración dolorosa”.
Al ser un sacramento profiláctico, (exomologesis) es en sí mismo, un medicamento seguro, que se manifiesta como un acto humano de la psyche, pero más importante en el pneuma, en conexión con el alma por su energía divina increada que se transmite con la Santísima Trinidad, por el hecho de la cooperación, para recobrar la gracia de Dios, del cual debe venir tomada de penitencias y un ascesis riguroso para no volver a caer, siendo esta la clínica por excelencia, es la confesión no un juicio sino una terapia completa, del cual resultas frutos en abundancias, del cual obtiene la limpieza de la conciencia, del nous, y la resurrección del alma que evita su muerte, en vías al medio importante de la comunión, del cual rehabilita, la razón psico-somática-espiritual del hombre del cuyo fin último mientras viva es obtener la pureza del corazón: actos, pensamientos, en fortificación del intelecto.
Decía el gran Obispo de Oriente y Patriarca de Constantinopla, San Juan Crisóstomo, “Entre tantos miles de personas, no encontraríamos cien que se salvan, e incluso dudo cien por cien, cuando un fin exige grandes esfuerzos, solo pocos lo logran”. Hermanos, la idea de la confesión frecuente, como herramienta profiláctica, es poder quitarnos la venda que nos está enceguecido debido a la “philautia” (amor a si mismo), por tanto, no se trata de misericordia sino de justicia, y luego si de piedad dentro de esta virtud, por eso que se requiera si o si de la practica repetitiva de la penitencia y la reconciliación, para poder así enmendar nuestros errores, faltas, vicios, con nuestros esfuerzos, con el arrepentimiento, corazón contrito, lágrimas, perdón, oración humilde, penitencia, etc y conseguir con esto la “indulgencia de las indulgencias final”.
San Leonardo de Puerto Mauricio nos dice “Yo digo con más certeza, porque a una persona moribunda que no ha confesado bien cuando estaba en buen estado de salud le será mucho más difícil hacerlo cuando está en la cama con un corazón apesadumbrado, una cabeza inestable, una mente confusa” (véase, El Pequeño Número de los que se Salvan), este nos suplica de rodillas, y rociándonos con la Sangre y Llagas de Cristo, untándonos en el Inmaculado Corazón de Maria, que nos convirtamos permanentemente, para así salvarnos, y ser las almas que van al cielo, vayamos entonces a los pies de Jesucristo a confesarnos, pero obviamente esto se hace con arrepintiéndonos contritos por medio del sacramento de la confesión, llenos humildemente con un corazón humilde. Para que esto sucede nos comparte el justo italiano una oración para recitar de la siguiente manera:
“Señor, confieso que hasta ahora no he vivido como cristiano. No soy digno de ser contado entre tus elegidos. Reconozco que merezco ser condenado; pero tu misericordia es grande y lleno de confianza en tu gracia, Te digo que quiero salvar mi alma, aunque tenga que sacrificar mi fortuna, mi honor, y hasta mi vida, con tal que sea salvado. Si he sido infiel hasta ahora, me arrepiento, deploro, detesto mi infidelidad, te pido humildemente que me perdones por ello. Perdóname, buen Jesús, y también fortaléceme, para que pueda ser salvado. Te pido no la riqueza, ni el honor ni la prosperidad; te pido una sola cosa, que salves mi alma”.
Por tanto, lloremos nuestros pecados, hagamos confesiones frecuentes para aliviar nuestras cargas, y ser salvo por medio de la justicia misericordiosa de Dios, en una verdadera conversión contrita, para no cometer más faltas, huir de ellos, sobre todo desarraigar los vicios: de la gula, codicia, envidia, vanagloria, lujuria, pereza, etc, que llevan al alma a la ruina de su misma condenación, recordemos que Dios escudriña nuestros corazones ya que no lo podemos mentir, dejemos el sacrilegio, rindámonos en los pies, en camino hacia él, para que nos perdone todo a pesar de nuestras fallas, desgracias, aun así, si nos abrimos a su amor, y nos levantamos Él nos perdonará, lo primordial siempre será hacer el esfuerzo para mantener la gracia santificante.