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27 de octubre de 2024

MAGNANIMIDAD: ¡VAYAMOS POR LO GRANDE!


"Lo que necesita el cristiano, cuando es odiado por el mundo, no son palabras persuasivas, sino grandeza de alma"
San Ignacio de Antioquia

“Magnanimidad es soportar las adversidades con calma”
Demócrito

“Un arma contra el maligno es la cruz, la oración, la fe, la paciencia, la valentía, la magnanimidad, pero el arma más grande es la comunión divina, tomada dignamente, porque nos une con Dios; cuando Dios está con nosotros, nadie puede estar contra nosotros”.
Efraín de Filoteo

Mario Felipe Daza Pérez

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La magnanimidad (megalopsychia) es una de esas virtudes generales, no cardinales, poco estudiadas, y conocidas, del cual va aneja a otros valores, como lo puede ser el de la fortaleza, coraje, paciencia, perseverancia, en conjunto inclusive a la humildad, del cual se refiere a una persona con una alma grande, pero humilde, mansa, no mensa, del cual aspira a lo apoteósico en el sentido divino, referido a la comprensión de la sabiduría y la prudencia, pero del cual radica su acción en la voluntad y sus potencias. Desde el punto de vista secular se puede entrever en Aristóteles con Ética a Nicómaco, por ello que desde el punto de vista cristiano haya tenido su eco luego con Santo Tomas de Aquino, y en la escolástica (parece que fue introducido al estudiar San Alberto Magno, véase, “Tratado sobre el bien”), como ejemplo tenemos a santos como San Juan Capistrano, o los mártires.

Para el doctor seráfico, la fortaleza, en este sentido va unida a la caridad, al amor por Dios, pero también a la esperanza, en esa grandeza que se te otorga como criatura racional, pero más que todo como hijo, aunque para el santo italiano, la virtud cardinal es paralela (trabaja junto) mas no consecuencia de la primera, de allí que lo magnánimo para el alma, está dotado en la grandeza, es decir, en la valentía (por ejemplo Cicerón, en “De officiis”, lo vincula con lo político, y el coraje, en su accionar, —asumidor de riesgos—) pero además, está radicada en la prudencia, de poder evitar males, para conseguir mayores proezas, de este modo creeríamos que el desarrollo final de la valentía, desde un punto de vista de santidad, lo que va atado a una generalidad y no particularidad, del cual puede predicarse de otra virtud por ello que no sea tratada individualmente sino como pegamento, igual que la humildad, en los sentidos de las acciones de las personas (transversalmente).

El magnánimo está llamado a imprimir este valor en todo lo que hace, lo bueno, lo correcto, junto con la fortaleza, es un hombre de resistencia, permeado en las virtudes práctico en contra de los vicios, combativo, asceta, como efecto se concentra en la magnanimidad, con cierto grado, asume riesgo, se comporta como hijos de Dios, por tanto esta virtud no es el resultado o la suma de todas las ejercidas, ni el premio como se cree, por haber ejercitado otras, sino que va acompañada de las demás, se trata de encontrar cierto honor de tener voluntad en ejecutar en favor de Dios la caridad, la limosna, etc, es un “ánimo de espíritu” de hacer siempre lo ortodoxo. Esta grandeza de alma no se aparta de la fe, ya que es sana, como expresa San Beda (véase, Catena Aurea, Vol. VI, p. 265), por tanto, no es tanto hacerla, sino como ejecutarla y soportarla, en suma, es sobrellevar “buscando la comba al palo”.

Muchas veces se relaciona la magnanimidad con el orgullo en sentido positivo a veces negativo, si bien se parece, creeríamos que precisamente el concepto del primero debe ser reemplazado debido a que si bien la noción puede ser el mismo, no la forma, ya que da lugar a equívocos. Al dominar ciertas aflicciones, tribulaciones, esto nos puede llevar a ciertos tipos de grandezas, que nace de esta palabra primera, pero que significa en el lenguaje cristiano otra cosa, expresa San Basilio (véase, Catena Aurea, vol. VI, p. 303): “Existe un orgullo laudable que consiste en que el alma se haga magnánima, elevándose en la virtud. Tal elevación consiste en dominar las tristezas y en soportar las tribulaciones con noble fortaleza; también en el menosprecio de las cosas terrenas y en el aprecio de las del cielo. Esta grandeza de alma se diferencia de la arrogancia que nace del orgullo, cómo se diferencia la fortaleza de un cuerpo sano de la obesidad del que está hidrópico”.

El ánimo grande, el magnánimo recurre a la fuerza del espíritu impregnada por el Espíritu Santo, como de su voluntad, para salir del atolladero, y además ayudar a otros también hacerlo, emprender misiones, tratar de salvar vidas, aconsejar, está en el fragor de la batalla, está interesado en los tesoros del cielo, no en las bienes mundanos, renuncia a sí mismo, por la verdad, por la fe, se entrega a Dios, se convierte en su siervo (según su condición/capacidad) muestra su grandeza, no tanto para el hombre, sino a su dueño, que es la Santísima Trinidad, se vuelve esclavo de lo divino (serviam Deus), tiene claro que está llamado a no ser servido sino a servir. Por eso es que Dios, no te quite muchas veces las tribulaciones, aflicciones, sino que te da la gracia para combatirla, pensemos cuando Jose de Arimatea tomó el cuerpo de Jesús, antes pidiéndoselo a Pilatos, no sabía con que saldría, pero por amor, le mermó a la pusilanimidad (micropsychia) con astucia de serpiente y manso como paloma, se le metió al rancho y lo convenció de entregarlo.

El coraje, valentía, parresía, fortaleza, magnanimidad, es posible por la gracia de Dios, que es el fin último de todo hombre, buscar su comunión, tener claro cuál es su voluntad y tu rol mientras vidas, en este pasaje terrenal (homo viator), la Trinidad nunca abandona a este tipo de hombres, los arma (oración, virtudes, sacramentos, etc), y está siempre junto a ellos, por tanto, no neguemos a Cristo (kenosis), ni con palabras, gestos, ni con nuestros objetivos, más bien confirmémosle, que sí lo hacemos Él también no los hará frente al Padre, al ser magnánimos en todos los sentidos, lo dotamos de valor para meter la mano aún más por nosotros, ese “animamiento” se eleva en nuestra fe, aumentando en gracia, con este valor se obtiene el resultado propicio en todas las virtudes a practicar. ¿De qué nos sirve la sabiduría, el coraje, la justicia, sino somos magnánimos, en lo que hacemos?, es este adorno (pegamento) el que nos permite merecer honores distintos a los humanos, en cuanto a lo que respecta a la justicia divina.

Como hemos leído la falta de coraje, la vergüenza, la pusilanimidad y demás no caben dentro de la magnanimidad, y este es un llamado a no juzgar quienes intentar hacerlo, tener cierta valentía en esforzarse ya es un gran recorrido, dice San Nicolás Cabásilas (véase, “De la vida en Cristo”) a los que el sacerdote llama “santos no son sólo los que han alcanzado la perfección, sino también los que se esfuerzan por alcanzarla sin haberla alcanzado aún”. El hecho de que te insulten, te traten mal no te quita la condición de magnánimo, al contrario, te lo confirma y te lo realza. El sufrimiento hace parte de la vida, la cuestión cambia en cómo saber afrontar esa situación, de allí que venga la grandeza del alma en justificar la animosidad del espíritu, en poder articular su voluntad, en el conocimiento y ejecución de las acciones por tomar según su dificultad, lo que va perfeccionando la técnica, el método, según el esfuerzo y la gracia impregnada, pero que en todo caso tiene que ver más que todo con la impregna almática como se realiza.

Pareciera que esta virtud general que se proyecta en las demás, tuviera que ver en algo con la soberbia, o la vanagloria pero no es cierto como hemos anotado, se trata más bien de un honor interno en realizar las cosas justas, la de Dios, de las que te ha encomendado, no se trata de conseguir fama por sí mismo, (aunque se caiga en ellas), no es arrogancia, jactancia, presunción, pusilanimidad, ni ser timoratos, ni de conseguir una astucia maligna, es una cualidad como lo diría Aristóteles (como Ajax o Aquiles), o virtud, Santo Tomas, del cual tiene sus efectos comportamentales en la vida del cristiano, del cual se adquiere, ya no solo de forma natural, según la condición/capacidad de cada persona, sino en parte por el esfuerzo y sobre todo la gracia del cual va perfeccionando por el ánimo impregnado en ella, unido a la humildad/mansedumbre/obediencia.

Estar inclinado a hacer grandes cosas, como toda alma magnánima, es la humildad su controlador, es el valor que centra junto con la sabiduría/prudencia su actuar, en mérito de la caridad, porque no solo es tener audacia, valentía, sino saber cómo actuar, frente al peligro, en esa asunción de riesgos, no es solo lanzarse ante las serpientes, sino conocer, justificar, evitar, resistir, ya no en el aspecto político como lo podría plantear Aristóteles o Cicerón, sino al servicio de Dios. Ser templado, moderado, en la conducta, mantener la fe, pero también la esperanza de salvación en esos riesgos que se corren con aguante, firmeza, ante fines santos. El ser magnánimo además de tener un alma fuerte, y un espíritu grandilocuente, desprecia lo vano, lo pequeño, cambiando lo material por lo divino-eterno, todo obstáculo lo rechaza, se deja llevar por el Espíritu Santo, tiende a ser virtuoso, con coraje, ortodoxo, con parresia, busca la amistad con Dios y no tanto del hombre.

Siendo este pegamento, adorno extensivo, un aditamento a las demás virtudes, tiene su influencia en todo lo que el cristiano haga o fomente, se hace parte como hilo de la personalidad, carácter y temperamento, lucha por lo que es grande, perfecciona cada vez su accionar, y lleva a otros también hacerlo, por tanto el magnánimo es virtuoso no por naturaleza sino por adherencia, ya que lo adquiere con el tiempo, no se queja, si lo hace es justificante en pro de conductas santas, es bondadoso, busca la verdad, el bien, lo justo, piadoso, no sus propios beneficios sino los de la comunidad, renuncia a los placeres, a los deseos, es pobre de espíritu, pensemos en los santos como Juana de Arco, San Martin de Tours, San Jorge..., quienes sufrieron con valor, cualquier situación, rechazando cualquier acto u honor por la gloria de Dios (Ad maiorem Dei gloriam).