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7 de abril de 2024

BUSCA LA TRANSFORMACIÓN DEL ESPÍRITU: "METANOIA"


Mario Felipe Daza Pérez

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“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios”. - Romanos 8:14

“Conviértanse [metanoeite] y crean en el Evangelio”. - Marcos 1:15

El "Espíritu Santo", es la tercera “persona”, y “personalidad” de la "Santísima Trinidad" del cual cuenta con su propio, a) intelecto (1 de Corintios 2:10, “todo lo escudriña”), b) voluntad (1 de Corintios 12:11, “repartiendo como "Él" quiere”) y c) emociones (Romanos 15:30, “ayudando”), "ser" que se integra no sólo del Padre, sino también del hijo (cláusula Filioque) como “acción amorosa de ambos” y ahora transmitidos a nosotros a los, “hijos de Dios”.

De lo que se dice en el Evangelio es que “Él” nos acompañará hasta al "final de los tiempos", tal cual como lo expresó Cristo, a través de sus apóstoles, entre ellos, Juan 3:1, 14:16, 16:13, de este modo, su "espíritu", “vive en nosotros”, es "vivificante", en unión con Jesús, de forma invisible, siempre que seamos “humildes” y “obedientes” seremos “ungido”. De lo que sabemos hasta el momento es que esta “persona”, “mora” en nuestro “ser” para lo que es esta “segunda etapa de la creación”, antes de la “parusía”, ya no vista como "redención", sino que intrínsecamente es introducido en nuestro "cuerpo y alma" por el hecho de i) existir, ii) bautizarse y iii) cumplir la ley divina, tomando como objetivo final la “santificación”.

Desde la “filosofía griega” (en cualquiera de las “escuelas de pensamiento”), estos describen que el “universo” está compuesto de unos elementos o átomos, entre ellos el agua, la tierra, el aire, pero también de fuego (pensemos en Tales de Mileto o el mismo Pitágoras que era este último el místico por excelencia), sumergido en el “ardor” como componente "comunicador" entre nosotros con ese “Espíritu Santo”, que bien comenzó su “gestión formal” luego de la resurrección de Cristo específicamente desde pentecostés, la cual se presenta no solo con este “calor” que sentimos en nuestro corazón cuando oramos, meditamos (“actitud hesicasta”), sino que también está dado con el compuesto del “viento” y de su figura de la "paloma", como antípodas de la “mosca” (Belcebú).

Cuando poseemos al “Espíritu Santo, automáticamente practicamos a su vez la “piedad” y demás “virtudes”, con esto, estamos diciendo que queremos la “santidad”, llegando a fortificarnos en las tribulaciones, empoderándonos hacia la “salvación”, en contrariedad a todo tipo de vicios o pasiones, del cual se relaciona con los frutos y gozos entregados, ya sea iluminándonos, llenándonos de sus dones, carismas y gracias, en mayor o menor grado, concibiendo de este modo, artes de obra espiritual tales como la misericordia, castidad, entendimiento, conocimiento, sabiduría, etc.

De esto, que todos, queramos contar con este "pneuma hagios" una “morada”, pero para ello se requiere de una “lucha”, que es el “alimento” de nuestra alma del cual se nutre con la oración y la penitencia (renuncia, mortificación, ayuno, etc), siendo en caso este nuestro consolador principal, abogado, paráclito, colaborador, el "huésped" pero del mismo modo el “prisma” del cual reside para nuestro corazón para luego introducirse (y no solo como órgano sino en sentimiento). Debemos tener claro que ante cualquier “falta” podría salirse de nuestro ser, de allí que debamos permitirnos entonces realizar la "renovación" constante de nuestra fe (con actos, y consagraciones, como el "credo"), en pos de la “santificación” esto, como fin de participar en la glorificación del Reino de Dios, en la "conducción" por “El” a ese camino, llenándonos, ya no embriagados en el licor, sino en su “soplo divino”, huracanado, devorador (véase, Hechos de los Apóstoles, Cap. 2).

Como expresa el “Hecho de los Apóstoles”, tendremos un nuevo "pentecostés" (que será la “iluminación de la conciencia”) pero en “vida” (para los que estén), ahora de la mano de Maria (y de José), en plenitud en compañía del Corazón Inmaculado de Jesús, recibiendo el Poder Increado del Espíritu Santo (PIES) recayendo sobre nosotros, venciendo nuestras pasiones, deseos, tentaciones, faltas, pecados y vicios. Al tener claro esto, solicitaremos al “paráclito” que sin “Él” nada podemos hacer, de allí que sea importante iniciar su “gracia” con el bautismo, luego con la “confirmación”, y por último en la “renovación de sus votos”, estando en armonía con sus propósitos, despreciando el pecado, ayudándonos a ayudar, enseñando, guiando, con caridad (amor), haciendo lo que es correcto y virtuoso (buenas obras), poseyendo esa “inteligencia”, “voluntad” y “emociones” para “ejecutarlo”, como toda persona y personalidad única, como "conocedor de tu corazón", por tanto, este, ama, ordena, disciplina, supervisa, también se entristece, se enoja, se resiste, mejor dicho, causa la "transformación" o "conversión" de las personas: "metanoia".

Si nos vamos al relato de cuando Jesús comienza su “vida pública” -ex ante- de las Bodas de Caná, es decir cuando queda revestido del “Espíritu Santo” (en el rió Jordan) es cuando se plasma esa primera “transformación espiritual” ("metanoia", del cual se mezcla con el término de “epistrophe”) para su “ministerio” (y para "imitación nuestra") del cual estaría marcado desde su "resurrección" con la conversión, arrepentimiento, y las "buenas obras" (práctica de las virtudes) y por tanto de la “santificación-salvación” de nosotros, ahora, centrados en el "cambio de la mentalidad de las personas" (psyche), hoy en día, ya no solo de los "cristianos tibios", sino además de los paganos, ateos, agnósticos, etc. en “unión mística” (unitiva) con "Él", en retorno a la fraternidad, amiga, pactado en ese amor de la “Santísima Trinidad”, del cual aparece desde el “bautismo”, pero que se consolida con la “confirmación” y se termina con el cumplimiento de los evangelios y la ley de Dios (véase a Bernard Haring en “La ley de Cristo I, 1961).

Aunque la noción “epistrophe” tenga una definición más amplia que “metanoia”, la primera concepción está dotado de mayor componente hacia la "virtud teologal" de la "fe", pero que a la final se "auxilian"; para el segundo caso, parece ser centrada en “apartarse del mal”, es decir en “practicar actos de piedad” (piénsese en Job) más que la de “convertirse en Cristo” aunque lo uno lleve a lo otro, es decir no es válido decir que una cosa específica que vemos es "negra" o "blanca" a la vez, es decir, no se puede ser “estoico” y "cristiano” al mismo tiempo, ni “pagano” ni “seguidor de Cristo”, ya que es incompatible, otra cosa es que utilices fundamentos o trazos de filosofía pagana o de otras religiones para rellenar tu argumento, mejor dicho, aquí la “transformación espiritual” es o no es.

Si bien la “metanoia” estoica (callejón sin salida, igual que el "protestantismo") puede ser la misma en titulación, no es lo mismo en "contenido", de hecho, puede servirnos la primera para llegar a la segundo, es decir, a la transformación real, espiritual, almático, por ello que se utilice a veces en mejores aspectos el término de "epistrophe”, que se presenta cuando somos “imperfectos” y que necesitamos y reconocemos el auxilio divino, de esa ayuda dotada a través de la "humildad" y la "obediencia" que bien conseguimos con el "paraclito", (véase el caso de San Agustín, tal cual como lo relata en “Confesiones” o en “La ciudad de Dios”), la cual implica una "conversión" no sólo "espiritual", sino también una transformación mental, psicológica (psyche) la cual implica una nueva personalidad y carácter.

Cuando dejamos un lado el “mundo-mundano” y tomamos ahora el “mundo-divino”, ya no nos importa las cosas terrenas, ni su música, arte, cine ni el qué dirán, etc, podemos decir que hemos tenido una “metanoia”, en la “transformación” de nuestra vida, visto como una “ruptura”, definitiva de esos vicios o faltas del pasado, rigiendonos ahora como un “hombre nuevo” en ayuda del "Espiritu Santo" que fue nuestro "paraclito", enmarcado primero en el aspecto mental, y segundo en lo corporal pero todo ello inclinado hacia una finalidad que es lo “espiritual”, en el conocimiento de sí mismo (gnothi seauton), en la aceptación de esos errores, y su esfuerzo para combatirlos, fuimos conscientes de la “búsqueda interior” y por tanto del "espíritu de la verdad", recibiendo de ello la recompensa de las “gracias santificantes”.

Es este concepto griego de "metanoia" (en hebreo: "teshuvá", que significa “volver a tu camino con Dios”, así como lo hizo el “hijo pródigo”, ver San Ambrosio de Milán en “In Lucam VII”: 229) si bien puede ser entendido de varias maneras, inclusive no solo en el “plano espiritual”, sino también como hemos dicho en en el "aspecto psicológico” (psyche), para los primeros efectos lo tendremos en cuenta como "cambio de chip", de "percepción", y no solo destinado en esa noción ortodoxa de las "postraciones", sino que debe estar orientado a la "transformación del cuerpo", pero finalmente del "alma", últimamente de la “visión real del mundo” por parte de nosotros, para con Dios y los demás (caridad). 

Estar llenos de fe, esperanza humildad y obediencia, nos lleva a esa "salvación" iniciada con la "transformación de nuestras vidas" (metanoia) del cual implica las gracias, carismas y dones recibidos, según las proporciones dadas, conseguidos infusamente o practicados en nuestros actos de piedad (y virtudes: “buenas obras”), o “medios” para su “santificación” como lo es el ayuno, la penitencia, la mortificación, y ahora con la "oración" (leer la vida de San Serafín de Sarov), del cual se puede desprender otras actividades, tales como la visita al Santísimo, la participación de la Santa Misa, el recibimiento de la "eucaristía", etc, mejor dicho, un cambio de lo mundano a lo divino, causas que están dadas en la renuncia/negación de sí mismo, y por supuesto en el “cargue" de su "Cruz”.

Siendo de este modo, el "paracletos", un "consolador" que lo “coordina” y “escudriña” todo, en efectos activos, emocionales, del cual está llamado a “supervisar” nuestra “cooperación” en el “plan divino”, este, está presto para "abogar" por nosotros ante las situaciones o tribulaciones, es en esa "ayuda" (véase, Juan 15:26) del que nosotros debemos poner de nuestra parte con la “voluntad” (sinergismo) como “persona humana”, no en vano que en la "teología" haya una rama llamada "pneumatología" que se dedique a las acciones, movimientos y operaciones del Espíritu Santo (pneuma hagios), o del “soplo divino” (ruah en hebreo), en este caso “introducido en "nuestras vidas”, del cual se torna de forma invisible, inmaterial, como todo “ser espiritual”, del cual está dotado de una “personalidad única”. 

Es tan importante conocer al "Espíritu Santo" que incluso, tiene su "significancia" para los “paganos” (como los que se origina a partir de las escuelas greco-romanos) fue y ha sido objeto de estudio, entre ellos, los "estoicos" (véase, Bustos, Natacha, en “La conversión estoica como movimiento del alma y la paideia filosófica como forma de conversión Ágora”, núm. 19, 2017, pp. 147-160), precisando la creencia que siempre este "soplo divino" ha existido, ya que este “viento huracanado” llena el Universo, de una realidad, pero que es material, del cual actúa en la materia, en lo corpóreo (o de "átomos" segun los "pirronistas"), y que su "esencia" está en todos lados, pero de forma "no personal", sino “panteísta”, asemejándose a la "naturaleza misma" contrario a la “procesión cristiana”.

Siendo conscientes de que el "espíritu" no es “materia”, su estado es la de un “ser indivisible e invisible” pero que actúa en nosotros, no puede entenderse como “algo” que va unido al “universo”, ni a la “naturaleza misma”, sino es “alguien”, es decir, se trata de una “persona” que realiza “movimientos providenciales”, "operaciones y acciones espirituales", dotado de un “poder creador” (luz increada), que es "transformador" (“metanoia”, tambien podemos utilizar el término de “epistrophe”, que San Pablo toma para la “conversión” en el “retorno” en la unión con Dios, es decir en el lleno de la “transformación espiritual” esa que es “verdadera”). Con su “soplo”, nos guía, enseña, santifica, por ejemplo con la “buenas obras”, o la “práctica de las virtudes”, es decir, su “ser” está compuesto dentro de esa "divina providencia" como un “actor” dentro del concepto de la "Santísima trinidad" (véase, "De Trinitate" de San Agustín), del cual nos quiere llevar “gratuitamente” a la “perfección” no material, sino “almatica”, revestido de dones, ocasionalmente de carismas, pero sobre todo de "gracia santificantes", visto, como herramientas de “salvación”.

Téngalo por seguro, que mientras que existamos en esta tierra, debemos "colaborar" no solo en esa “salvación” (si es que lo queremos, -libre albedrío-), sino en el "redimiendo" de lo que Cristo comenzó y terminó con su estancia en este mundo, con su crucifixión y resurrección, del cual "consecuencialmente" se perdonaron no solo los pecados pasados, presentes sino también futuros, de allí que debamos hacer “sinergia” para proseguir en el "cargue de la cruz" hasta el “fin de los tiempos”. Mejor dicho, no estamos aquí para "pasarla bien" (chabacanería), sino para completar la tarea que “Él” inició, por ello que el “Espíritu santo” nos dote de “instrumentos” para conseguir esos "objetivos", que además de los dones, que todos tenemos en mayor o menor medida, existan otros que llamados "carismas" son "encomendados" a ciertas personas para llegar a la “santificación”.

Muchos/as “afortunados” cuentan con estas “herramientas” que muchas veces desaprovechan, no piensan que le llegaran a “pasar factura” en caso no utilizarlo o hacer mal uso de ellas, piénsese cuando se trata de la comunicación de la palabra, impartir ciencia de la fe, hacer milagros, discernir espíritus o distinguir cosas sagradas, hablar en otras lenguas, e interpretar textos o sueños, recibir profecías, pero también otras que no se considera "sobrenaturales" per se, pero que son igual de importantes, como la caridad, sufrir por otros, ser castos, continentes, ser célibe, servir como religioso, practicar obras de misericordia, dedicarse al arte o la música sacra, redactar himnos, poesías, hacer trabajos manuales, escribir, y un sinfín de aptitudes y cualidades que debes poner al servicio de Dios y no de ti mismo (Serviam Deus!), recuerda que, “vinimos a servir no a ser servidos” (Mateo 20:28).

Como hemos descrito, desde la llegada del Mesías (“ungido de Dios”), fue el momento en que la historia se partiría en dos (2) nuevamente, en lo que se refiere a las “exigencias”, sobre todo, en la lucha constante con la carne, el pecado, el vicio, el maligno y el mundo, del cual ahora toca tratar a su vez teniendo en cuenta los acontecimientos históricos anteriores, con los llamados profetas, apóstoles, batalla con los ángeles caídos, Adán y Eva, y así sucesivamente de lo que ha ocurrido, pues, ha sido con Cristo el gran comienzo para la humanidad no solo en redención de todo lo creado sino también en la continuación de los planes del Padre Eterno, de allí que el “Espíritu Santo” nos “coopere”, “consuele”, “abogue”, “supervise”...,, aunque no lo veamos, tengan claro que “Él” ha sido "enviado" en esta temporada en “ayuda” para la “santificación” de nuestras almas.

Lo que quiere la “Santísima Trinidad” (Dios) a través de este “Espíritu Santo”, que es “transformador” es invitarnos no solo a la "santificación" sino resumidamente al “amor del prójimo para con Dios”, mejor dicho quien tiene “caridad” tiene el Cielo ganado (Santo Tomás de Aquino decía que era la “reina de las virtudes”), por tanto ya no solo se trata de creer, sino de servir y salvarse, hasta lo último de nuestras vidas (lo que llaman "perseverancia final de la fe"), recuerden que somos unos "homo viator", por eso que tengamos como “herramientas” o “instrumentos”, estos dones y carismas recibidos, para llegar combatir y luchar, es decir, no estamos solo, de allí que sea importante hacernos cristianos: en especial "católicos" (en cualquiera de sus "ritos"), para poder llegar recibir los “sacramentos”, con el fin de de cumplir con nuestras tareas y así llegar a ser considerados "hijos de Dios" (Romanos 8:14), conservándonos en las "buenas obras" y como "vigilantes de las virtudes", haciendo así que el “Espíritu de la verdad” more en nosotros.

En fin, cuanto más trabajemos en el “cumplimiento” de los “mandamientos”, más brillantes serán sus rayos de luz en nosotros, tocándonos con sus dones, carismas y sobre todo en recibimiento de "gracias divinas" tomado como "huésped", de esta forma se convertirá su "unción" pegada en las almas, consiguiendo la “metanoia” (arrepentimiento y cambio de pensamiento, véase, Girlando, Martin, en “La metanoia: Una conversión de las pasiones en Agustín, 2011 ), en la “lucha”, “combate” de las acciones ordinarias/extraordinarias del maligno (visto como "mercenarios", Job 7:1), principalmente de las "tentaciones", en la “salvación” del “espíritu”, por eso que digamos referidos a este “soplo” que es "alma de nuestra alma", porque es una “mente sobrenatural” tomando “control” de nuestra “mente natural” conforme a lo que sido la "humildad", la "fe", la "esperanza" la "caridad", "obediencia" y demás “buenas obras” practicadas en vida que serán el “boleto de entrada” a la “eternidad”.

El Papa Juan Pablo II en una Audiencia General del 30 de agosto del año 2000, había expresado que la “metanoia” es el “encuentro con Cristo”:

"Convertíos, porque el reino de los cielos está cerca" (Mateo 4, 17). En ese texto aparece un término importante que Jesús ilustrará repetidamente con palabras y obras: "Convertíos", en griego metanoeiete, es decir, llevado a cabo una “metanoia”, un cambio radical de la mente y del corazón. Es preciso cortar con el mal y entrar en el reino de justicia, amor y verdad, que se está inaugurando. Al realizar la metanoia, la conversión, el hombre, como el hijo pródigo, vuelve a abrazar al Padre, que nunca lo ha olvidado ni abandonado. En la cruz hay un acto supremo de perdón y esperanza dado al malhechor que lleva a cabo su metanoia cuando llega a la última frontera entre la vida y la muerte y dice a su compañero: "Nosotros recibimos lo que hemos merecido con nuestras obras" (Lucas 23, 41). Cuando este malhechor implora: "Acuérdate de mí cuando entres en tu reino", Jesús le responde: "Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lucas 23, 42-43). Así, la misión terrena de Cristo, que comenzó con la invitación a convertirse para entrar en el reino de Dios, se concluye con una conversión y una entrada en su reino”.

Igual como le sucedió a grandes "santos" que después de una "vida turbia" se “transformaron” (metanoia) nos toca a nosotros también hacerlo “cambiando de mentalidad”, piénsese en San Agustín, (o en mi caso, lleno de vicios, faltas, pecados), en este caso el “retorno” o la “conversión” de nuestra amistad con Dios, sería el camino a proseguir, en contra de las pasiones/deseos, llegando a dominarlas, pisotearle, poniéndole el pie en el pescuezo, tomando de si el "autodominio", la "voluntad propia", el "askesis" (ejercicios espirituales), pero ojo, todo ello en "ayuda de Dios", porque sin él no vencerás las “enfermedades del alma” por ello que sea necesario renunciar/retirarse del mundo según tus condiciones/capacidades, en últimas, querido hermano/a, el llamado de todo esto, será principalmente la de "renovar nuestros votos" con este mismo "paráclito", es decir, realizar un rebautismo (como lo hacemos con el “veni creator spiritus” o la "secuencia de pentecostés") al comprometer nuestra fe (Fiat) al decir que sí, “amén” (Credo), a su voluntad eterna, consustancial, divina, e indivisible.